miércoles, 19 de marzo de 2014

¡Dejad que se equivoquen, por Dios!

Hace unas semanas tuve la suerte y el privilegio de asistir a la semifinal de la Copa de Grecia de baloncesto. La eliminatoria se disputaba a un partido en el Nick Galis Hall y enfrentaba al equipo local, el Aris de Salónica, contra el Panionios de Atenas.

No me andaré con rodeos: disfruté como un enano. Aunque el Panionios no tuvo su día, fue un muy buen partido. La afición no falló. Me pasé todo el partido de pie y acabé con unas agujetas terribles, pero mereció la pena.

Sigo sin entender por qué no controlan más exhaustivamente a los aficionados. Como pasa siempre, los hubo que entraron con bengalas y petardos. Os aseguro que una sola bengala encendida antes del inicio del partido, justo cuando sale el Aris a la pista, genera una nube tóxica que se mantiene flotando en el aire la hora y pico que dura la pelea.

El único control en las puertas es preguntarte si llevas mechero. No te cachean, así que todo el que quiere entra y se enciende su pitillo con toda tranquilidad. El pabellón se convierte en un bar inmenso en el que todo el mundo fuma, sin importar si hay niños o mujeres embarazadas.

Lo peor, sin embargo, es el inexistente control a los más radicales. Entran como señores por la puerta principal y cruzan el parqué de un lado al otro para colgar sus pancartas. Algunos llevan mochilas que no han pasado registro alguno. En una ocasión vi a uno sacarse unas latas de cerveza de su bolsa. Claro que los ultras son los que más animan. Sin ellos, el Alexandrio no sería lo mismo. Empujan mucho, de ahí que se les permita prácticamente todo.

Estar más de dos horas dándole al tambor sin parar de cantar, tiene mucho mérito, pero es inadmisible que entren con cascos de moto, latas, bengalas, petardos y demás. Aunque la federación multase al club por los incidentes días después y lo sancionase con un partido a puerta cerrada, he estado en partidos muchísimo más violentos. La gente se comportó razonablemente bien. Ayudó el comportamiento de los jugadores y el gran inicio de los locales.

Por cierto, mi cuñado se coló. Una anécdota que dice mucho de la poca seriedad a la hora de vender entradas o controlar el acceso. Se presentó cinco minutos tarde y sin entrada, pero puso cara de pena, dijo que era un estudiante pobre… y le dejaron pasar como si nada.

El Aris salió lanzado y lo metía absolutamente todo, ante un Panionios desconocido. Sfairópoulos se desesperaba en la banda e intentaba parar el ritmo amarillo con cambios constantes y tiempos muertos. El segundo entrenador visitante fue descalificado por protestar, aunque no había motivo para ello. Todo iba rodado y la gente te frotaba los ojos en medio del humo.

Recordemos que el Aris juega solamente con un extranjero porque, debido a las deudas que arrastra, tiene prohibido fichar a otro. Por culpa de los eternos problemas económicos, está jugando en primera con niños que cobran poco y dos o tres veteranos nacionales. Chicos con poco cuerpo y nula experiencia en semejantes lides contra un conjunto repleto de americanos y extranjeros de otros países. Un equipo de hombres contra uno de chavales.

Los locales se escaparon en el marcador de más de 20 puntos y la gente no dejaba de saltar. Se desató la euforia y el público se veía en la final cuando sólo se llevaban jugados 15 minutos. El marcador reflejaba un 50-30 al descanso esclarecedor. Por primera vez en mucho tiempo, la gente estaba satisfecha. Creía ser yo el único que veía claramente que el combate no había terminado. Parecía ser yo el único que veía que el Panionios era mejor equipo que nosotros a pesar de la ventaja. Pero tenía que callar.

El Aris salió especulativo el tercer cuarto, intentando alargar las posesiones lo máximo posible. Consumió varias veces los 24 segundos y empezó a apedrear el aro. Mcollum, el pequeño base del Panionios, tomó el mando de las operaciones. Pasito a pasito el equipo visitante iba descontando. Aparecieron los nervios y los errores infantiles. El miedo a ganar.

Como el colchón de puntos era considerable, se llegó al último cuarto todavía con una distancia de confort suficiente (70-56). O eso creíamos todos.

El conjunto visitante no estaba muerto. El equipo fuerte empezó a comerse a los esqueléticos hombres de Angelou y mejorar los porcentajes de tiro. A Mourtos y a Bochoridis les costaba pasar de medio campo con la bola controlada. Los Panteras seguían recortando y la sensación de impotencia crecía.

Mcollum veía el aro como una piscina y el Aris era incapaz de encontrar situaciones cómodas en ataque. Cada vez que nos comíamos una posesión o perdíamos un balón, se producía un estallido de cabreo en la grada y gritos contra los propios jugadores. A pesar de protestar alguna decisión arbitral, el público era consciente de que el equipo, literalmente, no podía. A los chavales el partido les estaba pasando por encima como una apisonadora. El único que aguantaba el tipo, para variar, era Michalis Pelekanos, veterano de la Guerra de Corea.

De la euforia habíamos pasado al hastío, de la felicidad absoluta al cabreo, del sueño a la pesadilla, de la gloria al infierno. El respetable la tomó con los más jóvenes. Desde las gradas le pedían a Angelou que los cambiase. Parecía ser yo el único, otra vez, que veía en el partido una lección maravillosa para los niños.

Bochoridis perdió otro balón e hizo falta antideportiva, pero no dudó en volverlo a coger para el siguiente ataque. Mourtos, al que en la primera parte le habían partido el labio, se precipitó varias veces inexplicablemente ante la desesperación de la afición, pero no dejaba de intentarlo. Algunos triples sobre el límite de la posesión dieron aire, pero el Panionios se puso a 4 puntos (78-74). Casi 35 minutos después de aquel +27 del segundo cuarto (40-13), el partido se había convertido en un auténtico thriller. Oía a los aficionados criticar a Angelou, despotricar contra los jugadores y comentar que “todos los días igual”. Un servidor se estuvo mordiendo la lengua toda la segunda parte, porque seguía pensando que lo importante no era tanto llegar a la final -derrota segura- sino aprender.

Hubo un par de ocasiones en las que estuve a punto de soltar un grito al padre que tenía delante:

- ¡Dejad que se equivoquen, dejad que se equivoquen!

Pero no lo hice.

Fue entonces cuando Bochoridis ganó la posición en el poste bajo y jugó de espaldas contra Mcollum. Le llegó la bola tras una buena lectura de la defensa rival, arrancó hacia el centro y forzó la penetración alargando su interminable zurda. Debería haberle dado una colleja al que llevaba insultándole toda la segunda parte. Una canasta para callar la boca de alguno y que se celebró como si fuera la última.

Vezenkob (o Vezenfof), la joven figura búlgara, hizo un gran partido ofensivo y sacó muchas faltas en la segunda parte. Falló algún tiro libre, pero metió más de la mitad. Su trabajo fue fundamental.

Poco después, el delgado Mourtos encaró a su par y se fue hacia barraca, anotando un cesto decisivo, sin importarle el labio roto ni los errores anteriores. Su única canasta fue para mí la más importante.

El sufrimiento había valido la pena (88-79). Creí tocar el cielo. Tíos de menos de 20 años liándosela a machos de cerca de 30. Muchachos que lo único que necesitan son minutos y paciencia. Y si las cosas se tuercen, hay que apoyar, no silbar. El miedo es contagioso y se traslada de la grada al parqué. No son herméticos.

La clasificación para la final se celebró por todo lo alto y los jugadores se saltaron el protocolo para invadir el graderío. Muchos de los espectadores son o han sido compañeros de pupitre de los chicos, que se comportaron como lo que son, jovenzuelos. Para ellos, lo más importante era la victoria, para mí, el aprendizaje.


El Aris clasificado para la final de la Copa, pero con muchos problemas para entrar en los play off. Altos y bajos constantes, pero lógicos en un equipo joven. Este año lo más importante no son las victorias o las derrotas, sino que los jugadores se impregnen de lo que es el baloncesto profesional, que acumulen minutos, que pierdan, que se peleen y que aprendan a levantarse tras una caída. La afición prefiere lo de este año a lo de los anteriores, porque se juega con gente de la casa y no se gasta en mercenarios que abandonan el proyecto antes de acabar. Veremos qué nos depara el futuro.   

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