jueves, 13 de mayo de 2010

Una tarde en el Alexandrio

B-A-L-O-N-C-E-S-T-O.



La señora Ortega tiene cumpleaños. Tarde calurosa de sábado. Mucho sol y ganas de dar un paseo. Y mucha hambre de ver deporte en vivo, no en televisión. Como empieza la liga, la ocasión la pintan calva.

Leo en el Stoixima que el partido es a las cinco de la tarde. Es una hora extraña para el baloncesto, pero es que por la noche juega la selección de fútbol. De todas maneras, con el paso de las semanas observo que los partidos suelen ser bastante pronto. Periklís me informa de que el partido no es a las cinco, sino a las seis. Está mejor informado que nadie porque siempre lleva el pinganillo en la oreja escuchando algún programa deportivo. Pero como prefiero asegurar, salgo de casa prontito. Camiseta, camisa, chaquetilla, cámara y bufanda nueva del Aris, negra y amarilla. En unos veinte minutejos me planto en el pabellón, que es el del Aris de toda la vida. Creía que jugaban en un campo nuevo, pero me equivoco. A decir verdad, prefiero que sea así porque me traerá recuerdos de viejas batallas nada más entrar.

El partido, como dijo Periklís, es a las seis de la tarde. Hay gente por los alrededores. Al ser el primer partido de la temporada, la afición no falla. Nunca falla. Siempre anima aunque el equipo esté hundido. Al bar casi no se puede acceder, pero como soy novato prefiero buscar primero la taquilla y luego ya veremos. Quiero entrar lo antes posible.

El pabellón está dentro del recinto ferial, aunque al hallarse cerca de una de las salidas del mismo, se puede acceder directamente desde la calle. Desde el exterior no parece muy grande y llama la atención su forma circular. Es un períptero perfecto.

Hay varias taquillas donde la gente hace cola. Como es temprano, no tardo ni dos minutos en conseguir mi localidad. La mujer me pregunta no sé qué y yo le saco un billete de diez euros, que es lo que vale la más barata. Se suben unas rampas para acceder a las distintas puertas. Como durante la feria ya había estado dentro, me muevo sin dificultad y me manejo con cierta soltura. Al llegar arriba, hay tres policías haciendo un control. Un control curioso, porque no registran nada. Se limitan a preguntarte si llevas mechero. La de mecheros que han debido caer al parquet a lo largo de la historia, me digo. Me pregunto si querrán fumar, porque casi todos los griegos fuman. Como era de esperar, choco nada mas entrar con un grupo de aficionados que está fumando con total impunidad. La gente compra bebida o va a los aseos.




El pabellón no es muy grande si lo comparas con algunos de los que hay en Atenas, pero huele a baloncesto por los cuatro costados. Hay pancartas y algún grupo de aficionados comentando la jugada. Tomo asiento tranquilamente y me desnudo. El calor aprieta y eso que todavía está casi vacío. Hay cinco jugadores por equipo haciendo sesión de tiro y el reloj marca una hora para el inicio. Al estar solo, no me atrevo a ir al bar dejando las cosas en el asiento. Además, tengo un buen sitio, en el centro del campo, que no quiero perder. A observar.

Me pongo a pensar en la de veces que habrán tenido que reponer la silla en la que me siento. A lo mejor la que había antes la tiraron a la cabeza de Andrés Jiménez o al pie de Nacho Solozábal. Entonces veo el banquillo, que es aquel en el que los suplentes se tapaban las cabezas con toallas para evitar salivazos. También recuerdo las protestas de Ioanidis, que ahora dirige un ministerio y lo peludo que era Nikos Galis. Siempre quedarán en la memoria de todos los pies de Fasoulas y su melena gitana. Ahora viste siempre con corbata porque es el alcalde del Pireo. La mascota movía el aro en los tiros libres y los equipos que osaban ganar, huían en estampida hacia el túnel de vestuarios. Muchas emociones para la gente de mi generación.



Poco a poco, va entrando la gente. En el flanco izquierdo, desde la esquina de abajo, hay un grupo de aficionados de pie. Uno de los fondos no tiene grada. Allí veo algunas canastas donde algún chaval está tirando pedradas. Enfrente tengo el palco y los aficionados con corbata. Y a la derecha está la orquesta de música y el coro. Los fieles. Los que tienen fiebre amarilla. La orquesta sólo precisa de un bombo, un director y una coro de desalmados.

Veo pancartas de la Peña Súper 3 por todos lados. No tengo claro si el bull dog que figura en ellas es la mascota del club, de la sección o del grupo de caras amarillas. Supongo que será la de la peña porque al cabo de un rato aparecerá una especie de tigre por el parquet. Es una mascota casi más fea que las de la ACB, que ya es decir. Indigna del equipo al que representa.




Bull dogs y tigres a parte, soy testigo de un enfrentamiento a sangre y fuego entre dos aficionados. Resulta que un buen hombre, de unos cuarenta y pico, descolgó una pancarta para que una niña pequeña pueda ver el campo. Como un resorte, un fanático llegó corriendo desde la otra punta del campo para recriminarle su acción. Juntan las narices y se gritan, hasta que llega un comañero y pone paz. Hay tregua y el ultra coloca la dichosa pancarta.

Va entrando la gente sin prisa pero sin pausa. Casi sin darme cuenta, observo que mis asientos de al lado y los de delante, se han ocupado. La gente aparece y busca sitio. Se hace difícil encontrar hueco para un grupo de cinco personas. A mi diestra se sienta un buen hombre, entrado en años, con su hijo, de unos veinte o quizás mas.

Un aficionado que está casi a pie de pista parece insultar a un rival de los que está lanzando a canasta. Pero en realidad, está llamando al jugador para saludarle. Al parecer, jugó en el Aris la temporada anterior. Se saludan con dos besos y charlan amistosamente. Luego, tras un agotador calentamiento, los jugadores se retiran a los vestuarios para recibir las últimas instrucciones. El que dirige el calentamiento repartió unas cuerdas para realizar estiramientos. Menudo paripé.




Cuando quedan unos veinticinco minutos para que empiece la sesión, saltan a la cancha los dos equipos. Euforia y abucheos. Tengo el forofo en el cogote. No ha empezado el asunto y ya está poniendo a parir a un tal Papamakarios. Algunos de los insultos los entiendo. Adivino caras de sorpresa e incluso de indignación entre algunos aficionados que se giran. Es de esos animales que sólo te crees que puede haber en el fútbol. Desgraciadamente ya es tarde para cambiarme de sitio.

Corren azules y amarillos a los dos lados de la cancha. Aquello parece la previa de un Lestonnac-ADT.

Son presentados los equipos. Dos rivales son ovacionados porque habían vestido la camiseta amarilla anteriormente. Entre los locales, conozco a un tal Papanikolaou, porque jugó con la selección nacional juvenil durante el verano y daban los partidos por la tele. Para su desgracia, sólo jugará cinco segundos en todo el partido.

Los cantos habían empezado ya hacía un buen rato. El fondo de los radicales está abarrotado. Todos están de pie esperando las indicaciones del director. Se queda uno impresionado. Encima veo que la zona de preferente también está llena de gente. Las últimas filas, las que tocan a la pared, las ocupan aficionados puestos en pie. Un Aris-Paok debe ser la leche, imagino.

El jefe o director de la tropa es un joven con cola. Se pasará el partido de espaldas al campo y con los pies sobre una baranda, montado a caballo. Al poco rato, se quita la camiseta, como muchos otros, y a gozar. Justo a su lado se encuentra el único músico. Marca el ritmo frenéticamente con un bombo que apoya contra la barandilla. Es calvete. En el segundo cuarto será sustituido y en el tercero volverá a la carga. En un arranque salvaje de furia, perderá uno de los palos que irá a parar al parquet. Sin embargo, no dejará de perder el ritmo porque le facilitarán un tercer palo que tienen por si las moscas.

Uno alucina con la cantidad y variedad de cantos, que intuyo antiguos porque absolutamente todo el mundo se los sabe. Y tienen mucha letra. Son repetitivas, pero enganchan. Las coreografías son sencillas pero espectaculares. Nada como una masa de gente gritando al unísono y señalando con el dedo. Enlazarán una canción con otra hasta el final del partido. Sólo se para durante cinco minutos en el descanso, para reponer fuerzas. Uno piensa en el Camp Nou, por ejemplo, en el que los gritos a favor del Barcelona apenas duran dos minutos, y sólo después de que Messi haya marcado un gol. Es otro mundo.



El campo se llenó y la temperatura volvió a subir. Si me quito más ropa, se me ven los calzoncillos blancos. El de atrás sigue a lo suyo. Los gritos no cesan.

El director manda levantar los brazos agitándolos ligeramente. Hasta que no levante los brazos todo el mundo, no empezará la tonadilla. La gente te pone a silbar y a increpar a todo aquel que no alce sus brazos. El de la cola espolea a los suyos para que sigan silbando. Gira su cabeza, pero si ve a alguien sentado, insiste. Cuando casi han pasado cuatro o cinco minutos, empieza el canto gesticulando con las manos hacia adelante como si rezase un musulmán. Luego vuelven a mover los brazos y a aplaudir cada vez más rápido. Cuando la rapidez es inalcanzable porque uno ya no puede más, el del bombo se arranca con otro ritmo que la afición coreará con fervor. Uno presta más atención a la grada que al partido. El caballero de mi asiento de al lado acaba por levantarse también, ante la sorpresa de su hijo, en edad universitaria ya.

Cuando los quintetos están sobre la cancha, siempre se canta lo mismo y se tiran papeles. El espectáculo está en la grada. Empezará el partido con retraso porque tienen que retirar los papeles. Es una larga tradición.

El canto en cuestión habla de las final fours a las que llegó el Aris en los ochenta y de una Copa Korac. Mis amigos griegos me dicen que con Ioanidis era imposible ganar alguna final a cuatro. En los momentos claves, dodotis. Más o menos lo que le pasaba al Barcelona con Aito. La tonadilla en cuestión reza tal que así:


Άρη θυμίσου πριν λίγα χρόνια
Μέσα στα ευροπαίκα σαλόνια
Μόναχο, Γάνδη και Ισπανία,
Οι οπαδοί σου γράψαν ιστορία.

Και στο Τορίνο, ξάνα μαζί σου,
Όλοι χιλιάδες οπαδοί σου,
Μαστουρωμένοι να τραγουδάμε
Και οι τουρκαλάδες να παραμιλάνε.

Άρη ολέο, Άρη ολέο,
Άρη ολέ ολέ ολέ ολέ ολέο…

Tanto Panellinios como Aris son equipos que suelen acabar en la zona alta de la clasificación. El partido promete igualdad, aunque jugando en casa, los amarillos tienen ventaja. Para mi desgracia, el Aris no juega la Liga Europea este año, así que supongo que habrá tenido que reducir el presupuesto y esas cosas. Oí decir que la liga griega era la segunda mejor de Europa, tras la española. La verdad es que el nivel de la mayoría de los equipos es muy bajo y se ven palizas de escándalo cada jornada. Debe haber unos dieciséis clubs, de los cuales sólo pueden ganar dos. Los años dorados en los que el Aris dominaba pasaron a mejor vida. La rivalidad Paok-Aris llega a extremos exagerados, pero la rivalidad Salónica-Atenas va más allá de lo puramente deportivo. Es el norte contra el sur, la capital contra la segunda ciudad del país, las infraestructuras y el dinero contra la rabia. Atenas se moderniza pero Salónica no. Así de sencillo. O así es como piensan los algunos de los “acomplejados” tesalonicenses.

Los clubes de Atenas ponen mucho dinero en ésto. Y en el fútbol también. Panathinaikós y Olympiacós son los intocables. El título es inalcanzable. Luego viene un grupo de equipos que no están mal, entre los que figuran Panellinios y Aris, como son el AEK, el Paok o el Panionios. Los demás son equipos de ciudades pequeñas, islas o barrios de Atenas. Les pegan unas palizas de aúpa. Se dan resultados del tipo Tríkala-Panathinaikós 65-90 cada fin de semana. Y me pongo a recordar otra vez. En época de infantiles se daban estos resultados cuando jugábamos contra el Casal Montblanqui o el Marcelí Domingo. Por eso creo que no debe estar muy bien el baloncesto europeo si ésta es la segunda mejor liga de Europa. ¡Cómo estarán las ligas italiana y francesa!

El partido transcurre igualado aunque con ligeras ventajas para los de casa. Apenas juegan jugadores griegos, por lo que veo, aunque les conozco poco. Los mejores están en Atenas o en otras ligas. Ahora hay un griego bastante bueno en la NBA. El primer cuarto acaba con altos guarismos, cosa rara en el baloncesto griego. A partir del segundo cuarto, todo cambiará. Mi vecino se acuerda de la madre de Papamakarios otra vez. Cuando hay alguna decisión arbitral en contra del Aris, los gritos se oyen en Toumba.

De un primer cuarto vistoso hemos pasado a la guerra de guerrillas, a las protestas arbitrales, a los fallos debajo del aro y a los turnovers. Mucho desorden. De vez en cuando algún triple o alguna transición rápida que hace que uno deje de mirar al coro, pero poco mas reseñable.

Veo que el de la cola parte el grupo en dos mitades haciendo el gesto con la mano, mientras están cantando otra. Y empalman con la siguiente dividiendo el fondo sur. Unos gritan y los otros contestan. Es algo brutal porque se señalan con los dedos los unos contra los otros como si estuvieran cabreados. A ver quién berrea más.

Είστε αρρώστια μου μεγάλη
Πουθενά δεν έχει άλλη
Θα τρελαθώ, αν δεν σε δω, θα τρελαθώ.

Σ’αγαπώ και θα στο λέω
Άρη ολέ, ολέο λέω
Δυνατά, πιο δυνατά, πιο δυνατά.

Cuando el tono ha subido en exceso, el director manda otro estribillo que todos entonan dando palmas perfectamente acompasadas. Cuando se canta, la parte de la tribuna y de preferente se añaden al grupo y los decibelios se multiplican. Lo del director es admirable porque esta pendiente de la dirección del coro dando las entradas, de hacer señales al solista para que cambie de ritmo, y del partido, porque según vaya, manda una cosa u otra. Lee las situaciones del partido mejor que John Stockton y elige el canto que más conviene en cada momento.

Llegó la media parte. La gente se levanta y llama por el móvil. Algunos de unos a otros. Mucha charla y mucho tabaco. Abarrotado. Ponen un poco de música mientras los artistas beben agua. Me marco como objetivo regresar al campo cuando venga uno de los grandes, aunque es prácticamente imposible conseguir entrada. Aprovecho para ver las fotos que hice con la cámara y para prepararla para la segunda parte, porque se me ha ocurrido grabar algún vídeo.

Comienza el tercer cuarto con ventajas para el Aris que rondan los diez puntos. El tanteo es muy bajo y se producen muchos errores. Veo jugadores nerviosos por el debut, leñadores y lanzadores de piedras. Se van agotando las posesiones sin que nadie tire. El nivel es pobre. Una canasta se celebra como si fuera la última, y un dos más uno provoca que la gente salte de su asiento.

La afición no para. El Panellinios remonta en el último cuarto y se llega a poner a tres, gracias a un par de triples seguidos. Es entonces cuando se nota quien juega en casa. Se protesta todo, el banquillo va a la mesa, el público enloquece y los contrarios empiezan a perder los papeles.

Άρη σ’αγαπώ, θέλω να ακούστει
Άρη σ’αγαπώ σε όλη τη γη.

Μέσα στα ονείρα μου έχω εσένα
Πόσο μου ομορφαίνεις ρε Άρη τη ζωή.

Πρωί, μεσημέρι, βράδυ, θα’μαστε μαζί
Μέχρι να πάμε όλοι στην κοτάση.

El pabellón canta un auténtico hit durante el tiempo muerto a pleno pulmón. Las amígdalas se irritan. Una y otra vez, una y otra vez… El hit en cuestión es una canción antigua del grupo Offspring adaptada.

Θέε μου για σένα τον τρελογιατρό
Τον επισκέπτομαι συχνά.
Δεν έχω σπίτι, δεν έχω δουλειά,
Δεν έχω γκόμενα, δεν έχω λεφτά.

Άρη ολέο ολέο ολέο ολέ,
Άρη και δεν είμαι καλά,
Άρη ολέο ολέο ολέο ολέ,
Άρης και ζιμιά στα μυαλά.

Ταξιδεύω για σένα σε όλη τη γη,
Όπου και να πας θα’μαι εκεί.
Μόνο για σένα λέω ολέο ολέ,
Δεν θα σε αφήσω ποτέ.

Luego el fondo empieza a gritar encarándose hacia nosotros. Se establece un diálogo a base de gritos cada vez más fuertes. Cuando todo hace pensar que el de la cola dirá basta, para nada. El volumen y el tono son cada vez más altos. El partido se reanudó tras el tiempo muerto, pero la gente está tan metida en su papel, tan dentro de la canción, que no se da cuenta de que el Panellinios vuelve a apretar. Se le ponen a uno los pelos de punta.

Llegados los últimos minutos, el público casi se tira sobre los árbitros y sobre el rival. Los ataques de los azules se producen en medio de un ruido estremecedor, y es que el de la cola mandó silbar. Luego les hizo quitarse las camisetas y enseñar el escudo de las mismas. Un gran ambiente, si señor. El partido termina con victoria ajustada, aunque reconozco que para mí eso ha sido los de menos. Cualquier amante del baloncesto tiene que haber estado en una partido del Aris antes de palmar. Porque si no has vivido algo así, no eres de los míos. Sale uno hinchado.

Me voy vistiendo a medida que voy bajando la rampa de acceso. También hace calor fuera, pero no quiero llevar cosas colgando. Contento y orgulloso encaro la calle camino de casa.

Y estando parado en un semáforo, todavía pensando en el espectáculo que había visto, veo que una moto se abre excesivamente para tomar la curva. De paquete va un calvo joven -sin casco, por supuesto- que, sin darme tiempo a reaccionar, escupe sobre mi bufanda nueva. ¡Puej! Una chica que iba detrás de mí ha quedado flipada. La moto sigue unos cuantos metros y, cuando esta tan lejos que no podría yo llegar, se gira el capullo riéndose. Yo, que no había dejado de mirar la moto, con rostro serio y el orgullo herido, levanto mi brazo derecho y le obsequio con una hermosa peineta. Por un momento llegué a pensar en la posibilidad de que el tipo volviese porque la hubiera tomado conmigo. Y como los del Paok son tan animales… La cosa no va a mayores. Me quito la bufanda con cautela y la doblo de tal manera que el esputo quede escondido. Aligero la marcha para llegar a casa pronto y meterla en agua con jabón. Hay lapos que dejan huella… Froto la tela y la extiendo para que se seque.

Al día siguiente, afortunadamente, no queda rastro del gargallo, sipi, moco, salivazo, babilla o como queráis llamarle.

Άρη θέε μου, μοναδικέ μου,
Είσαι η ζωή μου, ανάπνοη μου
Όπου και αν παίζεις.

Σ’ακολουθάμε και τραγουδάμε, και τραγουδάμε.
Σ’αγαπώ, σ’αγαπώ, Αριανάρα σ’αγαπώ,
Σ’αγαπώ, σάγαπώ και παντού σ’ακολουθώ.

Άρη εμείς, σ’όλα τα πέταλα της γης
Σ’ακολουθήσαμε όσο κάνεις
Για σένα ζω, για σένα μόνο τραγουδώ
Άρη θέε πόσο σε αγαπώ.

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