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jueves, 30 de abril de 2015

Decepción absoluta.

A 20 minutos del comienzo, este era el aspecto de las gradas.

 
Buscando ayer un enlace pirata me salió esto: “Barcelona-Olympiacós, si fuera necesario”. Fue entonces cuando me di cuenta de que la herida continuaba sangrando. Dejar pasar los días para no plasmar ciertas reflexiones en caliente no ha hecho que baje fiebre. Sigo decepcionado y cabreado. Decepcionado por el primer partido y cabreado por la derrota.
Con Johnny Rogers.

Decepción.

Decidí ir al Palau a ver el primer partido de la serie, aprovechando que no curraba ese día. Para mí, pocos partidos había en Europa más atractivos que ese. ¡Cuál fue mi sorpresa al ver que a menos de media hora del inicio el pabellón estaba vacío! ¡En Grecia eso es impensable! Nadie en el metro con camisetas, taquillas vacías, colas en las afueras… ¡para hacerse una foto virtual con Iniesta!, turistas que seguro que no sabían quién era Spanoulis, etc… Si ese es el ambiente que hay en los alrededores del Palau cuando el Barça juega en Euroleague contra el Olympiacós, ¿cómo será en partidos ACB? Quizás el problema sea yo, lo reconozco, acostumbrado a ir a ver al Aris, no sé. ¿No fue la gente al Palau porque prefirió ir al bar a ver el PSG-Barça que se jugaba dos horas después? ¿No hay en Barcelona 7000 aficionados que prefieran el baloncesto al fútbol? Iluso de mí, creía que el Palau se llenaría. Siendo día laborable, confiaba en que la gente llegaría tarde, pero no fallaría. Me equivoqué. El aspecto de las gradas era desolador. En la esquina superior había un grupo de unos 30 griegos, callados, rodeados de policías. No sé si callaban por timidez o por contagio. Se esperaban una boda y se metieron en un entierro. Los únicos irreductibles, los Dracs, no dejaron de animar a pesar de que por momentos parecían peleados con Sang Culé. Los cantos de unos y de otros se confundían. En Grecia sólo hay un grupo que canta y todo el pabellón le sigue.

El Palau era todo lo contrario a una olla a presión. Todo lo contrario a lo que debería ser. Y eso de que en pleno Siglo XXI vayas a reservar entrada y haya “una zona de visibilidad reducida”… ¡Qué cutre!   

El hecho de que el Olympiacós no se presentase al primer partido, no ayudó a mejorar las cosas. Yo esperaba que ganase el Barça sudando sangre, no dándose un paseo militar. Spanoulis estuvo casi toda la segunda parte sentado en el banquillo pensando en el segundo encuentro, Printezis tuvo un pequeño susto y pidió el cambio, Hunter fue reservado, Lojeski estuvo errático… Incluso Sfairópoulos parecía tomarse el partido como una prueba para lo que vendría. Cambios y más cambios hasta que perdió la cuenta de tiempos muertos. Ni una queja, ni un grito, ni una mala palabra. Al contrario, susurró algo al oído de Hunter, chocó su mano e hizo jugar a Agravanis y Papapetrou, los mejores del equipo esa noche.

Los triples estratosféricos de Navarro y los mates de Hezonja hicieron las delicias de los asistentes, que vieron, en líneas generales, un buen Barça. La lesión de Oleson cuando ya estaba todo decidido y la baja forma de Doellman, las peores noticias para los azulgranas.

Cabreo.

Todos sabíamos que el Olympiacós no había dicho la última palabra. Quiero pensar que Xavi Pascual y los jugadores culés también. El play off del año pasado contra el Madrid y la manera de ganar sus dos últimas Euroligas nos daban la pista. Estaba claro que los rojiblancos iban a morir con las botas puestas.

A partir del segundo choque, Sfairópoulos se disfrazó de Obradovic y convirtió la serie en el play off Barça-Panathinaikós de la temporada 2010-2011. La telaraña, la lucha cuerpo a cuerpo y el barro. Los culés se atascaron, no supieron aprovechar la enorme superioridad interior y empezaron a mirar a los árbitros. El Olympiacós pasó a dominarlo absolutamente todo, desde la iniciativa en la faltas tácticas hasta el rebote. Un bloque sin fisuras contra el que se estrellaba una y otra vez el ataque catalán. Seguí el partido por la radio de camino al trabajo (RAC1 y Catradio) y todos coincidían en lo mismo: el Barça era un “querer y no poder”. Sensación total de impotencia.

La euforia se desató en Grecia, con portadas que hablaban de épica, de victoria histórica y de eliminatoria sentenciada. Pero fueron los jugadores griegos, empezando por Spanoulis y siguiendo por Printezis, los primeros en frenar dicha euforia. Y Sfairópoulos, claro, un entrenador modesto y trabajador donde los haya que no se deja llevar por las olas.

El Barça pudo ganar los dos partidos de El Pireo. ¿Por qué no lo hizo?

- Porque el Olympiacós jugó con una mentalidad de hierro y el Barça no.

- Porque el Olympiacós jugó con más dureza. En momentos clave, el Barça se mostró blando. La pésima defensa de Justin Doellman en el poste bajo nos sirve de ejemplo práctico.

- Porque el Olympiacós sigue teniendo tíos, no muchachos. Profesionales que nunca se rinden y a los que no les tiembla el pulso en estos partidos. No importa si se llaman Pero Antic, Kyle Hines, Vasilis Spanoulis o Giorgos Printezis. El Barça sólo tiene un jugador así y todos sabemos quien es y cómo está físicamente.

- Porque el público empujó como tiene que hacerlo. La comunión entre la afición y el equipo rojiblanco fue perfecta. El pabellón lleno hasta la bandera desde una hora antes de los partidos, como debe ser.

No hablo de táctica porque en estos partidos hay ciertas cosas que pesan más. Que si Pascual sentó a Lampe en el tercer encuentro, que si marginó a Hezonja y a Abrines… Al Barça le flaquearon las fuerzas en el peor momento y el Olympiacós mentalmente se lo comió. Esa bola que pierde Tomic acaba convertida en una liebre perseguida por cinco galgos.

No hablo de los árbitros, que pitaron claramente a favor del Olympiacós en el cuarto partido, porque a pesar de ese factor, los griegos ganaron merecidamente. Vencer tres partidos seguidos en poco más de una semana al Barcelona no es fruto de la casualidad ni de los robos arbitrales. Si como todos dicen, “en Grecia siempre pasa igual”, la plantilla debería estar preparada mentalmente para eso. Demasiadas miradas y muchos aspavientos.

Para impresionar al rival e “intimidar” a los árbitros, lo primero es llenar el campo. No puedes pretender llegar lejos si no sacas ventaja del factor cancha. Me niego a pensar que haya tan pocos aficionados al baloncesto en Barcelona. Quizás las respuestas al desarraigo haya que buscarlas en una plantilla llena de jugadores de quita y pon, que hoy están en el Barça y mañana en otro club.

Hay mucha calidad en ese vestuario, pero pocos jugadores de la casa que se identifiquen con el club, con la ciudad y la historia de la camiseta. Tampoco hay extranjeros en la plantilla con la personalidad y el carisma de Bodiroga o Jasikevicius, y si me apuras de Lakovic, Basile o Fucka. Todo lo contrario de lo que sucede en el Olympiacós, que mezcla canteranos, nacionales implicados con la causa y extranjeros luchadores.

sábado, 29 de marzo de 2014

Un centenario agridulce.


El pasado 25 de marzo el Aris de Salónica celebró su centenario.

Aunque la situación por la que atraviesa el club no es la mejor  y los aficionados están que trinan, el acto que tuvo lugar en el Nick Galis Hall sirvió para recordar los buenos momentos.

En lugar de celebrar los cien años del club con un partido de fútbol o de baloncesto, se hizo con una reunión de viejos amigos.

Fueron las secciones grandes del club, el baloncesto y el fútbol, las que protagonizaron el encuentro. Fueron homenajeados los campeones de Copa de 1970 (fútbol), algunos miembros del Imperio Amarillo (baloncesto) y los ganadores de la liga de voleibol de 1997.


A pesar de que se trataba de un acto puramente festivo y de reconocimiento a viejas glorias del club, no faltaron la polémica y los reproches.

Evidentemente, yo fui al cumpleaños a ver a Nikos Galis y a Panagiotis Giannakis, que habían confirmado su asistencia. Aunque "Dios" vive entre nosotros, no se deja ver.

Para hacernos una idea de lo que significa Galis en el Aris, el acto no empezó hasta que llegó él. Cámaras y fotógrafos precedieron su entrada al tiempo que la gente se ponía en pie. A la ovación de gala le siguieron abrazos con viejos compañeros y saludos protocolarios a las autoridades. Se sentó en el centro del palco junto a Giannakis, desplazando al presidente y al alcalde a uno de los lados.


Me hice la misma reflexión de otras veces: si la sola presencia de Galis es capaz de llenar el pabellón 20 años después de su retirada, todavía hay esperanza.

El maestro de ceremonías leía su discurso desde un atril al tiempo que iban pasando imágenes en una pantalla. No me gustó demasiado el tono del mismo, a veces excesivamente agresivo, cuando no era el caso.

Al poco de empezar, entró el señor Tsitsikostas, que es el periferiarca, y se puso a la cola de los oradores. También estaba allí el alcalde, seguidor del Aris de toda la vida que incluso había pertenecido a la directiva años atrás.


En el momento en el que iban a empezar los discursos políticos, asomaron por la puerta los dos directivos de la sección de fútbol enviados por el presidente Lambros Skordas.

El público la tomó con ellos y empezó a caer de todo. Lo cánticos festivos se volvieron insultos contra los enviados. Por los micros se pedía calma, pero los pitos y los gritos iban en aumento. Hasta tal punto peligraba la integridad física de los volutarios y de los VIP que estaban sentados en el parqué, que los directivos tuvieron que irse.

A continuación, el público la tomó con los políticos, que se disponían a soltar su particular parrafada. Tsitsikostas, el último en llegar, se dispuso a coger el micro y la gente la tomó con él. No pudo decir nada, como tampoco el alcalde, Giannis Boutaris, que estuvo más de un minuto quieto con los micrófonos delante esperando inútilmente a que acabaran los pitos.


Lo vivido en el Nick Galis Hall no era otra cosa que la prolongación de lo que se había visto por la mañana en Atenas y Salónica: los políticos en el desfile y el pueblo a 500 metros protestando detrás de una valla.

Recuerdo que el día 25 de marzo es Fiesta Nacional y se celebra con desfiles militares por todo el país. Desde hace ya un par de años el público que asiste a los mismos lo hace previa invitación.

El más listo de todos fue Giannis Ioannidis, que no apareció porque supongo que sospechaba algo.

- “El mensaje ha sido recibido”, comentó el maestro de ceremonías, y así nos evitamos los pesados discursos.


Reaccionó bien el orador, porque dio paso a la grada, donde se encontraba el periodista Giannis Daskalou con otro micro. Lo primero que hizo fue bajar al parqué y llamar a Galis y a Giannakis para que dijeran unas palabras. Se rompía el protocolo, pero se recuperaba lo bonito de la fiesta. Gracias a Daskalou la ceremonia remontó el vuelo.

Tras los momentos de caos, las palabras de la pareja sonaron a música conciliadora. Ambos hablaron de mantenerse unidos en los momentos difíciles y de mirar al futuro con optimismo. La gente desde la grada le suplicaba a Giannakis que volviera mientras bajaban algunos futbolistas de los años 70.


Se entregaron unas medallas conmemorativas a los equipos citados anteriormente, aunque los más conocidos eran los jugadores de baloncesto: Giannakis, Kokkolakis, Sigalas, Galis, Misunov, Iliadis, Angelidis, Alexandrís, Papageorgiou...

Fue una tarde entrañable en la que se habló mucho del pasado, poco del presente y casi nada del futuro. Sin duda, en el ambiente pesaba la mala situación económica y deportiva de la entidad: la sección de fútbol intervenida y la de baloncesto ahogada por las deudas y el artículo 99.

El día siguiente del centenario se confirmó el descenso matemático del equipo de fútbol a segunda división. Nadie sabe qué pasará mañana.


Una vez concluido el acto, los aficionados se dirigieron en procesión hasta la Torre Blanca. Allí se lanzaron bengalas y hubo algo de pirotecnia, llenando el paseo de antorchas hasta una punta.


De la tarde en el pabellón, saqué un par de conclusiones:

- El Aris es una gran familia que vive anclada en recuerdos del pasado. Si Galis se implicase un poquito, el baloncesto volvería a estar arriba, pero no quiere. Por algo será.

- El divorcio entre la afición y los dirigentes es absoluto. Costará salir del agujero, sobre todo en el fútbol. 



miércoles, 19 de marzo de 2014

¡Dejad que se equivoquen, por Dios!

Hace unas semanas tuve la suerte y el privilegio de asistir a la semifinal de la Copa de Grecia de baloncesto. La eliminatoria se disputaba a un partido en el Nick Galis Hall y enfrentaba al equipo local, el Aris de Salónica, contra el Panionios de Atenas.

No me andaré con rodeos: disfruté como un enano. Aunque el Panionios no tuvo su día, fue un muy buen partido. La afición no falló. Me pasé todo el partido de pie y acabé con unas agujetas terribles, pero mereció la pena.

Sigo sin entender por qué no controlan más exhaustivamente a los aficionados. Como pasa siempre, los hubo que entraron con bengalas y petardos. Os aseguro que una sola bengala encendida antes del inicio del partido, justo cuando sale el Aris a la pista, genera una nube tóxica que se mantiene flotando en el aire la hora y pico que dura la pelea.

El único control en las puertas es preguntarte si llevas mechero. No te cachean, así que todo el que quiere entra y se enciende su pitillo con toda tranquilidad. El pabellón se convierte en un bar inmenso en el que todo el mundo fuma, sin importar si hay niños o mujeres embarazadas.

Lo peor, sin embargo, es el inexistente control a los más radicales. Entran como señores por la puerta principal y cruzan el parqué de un lado al otro para colgar sus pancartas. Algunos llevan mochilas que no han pasado registro alguno. En una ocasión vi a uno sacarse unas latas de cerveza de su bolsa. Claro que los ultras son los que más animan. Sin ellos, el Alexandrio no sería lo mismo. Empujan mucho, de ahí que se les permita prácticamente todo.

Estar más de dos horas dándole al tambor sin parar de cantar, tiene mucho mérito, pero es inadmisible que entren con cascos de moto, latas, bengalas, petardos y demás. Aunque la federación multase al club por los incidentes días después y lo sancionase con un partido a puerta cerrada, he estado en partidos muchísimo más violentos. La gente se comportó razonablemente bien. Ayudó el comportamiento de los jugadores y el gran inicio de los locales.

Por cierto, mi cuñado se coló. Una anécdota que dice mucho de la poca seriedad a la hora de vender entradas o controlar el acceso. Se presentó cinco minutos tarde y sin entrada, pero puso cara de pena, dijo que era un estudiante pobre… y le dejaron pasar como si nada.

El Aris salió lanzado y lo metía absolutamente todo, ante un Panionios desconocido. Sfairópoulos se desesperaba en la banda e intentaba parar el ritmo amarillo con cambios constantes y tiempos muertos. El segundo entrenador visitante fue descalificado por protestar, aunque no había motivo para ello. Todo iba rodado y la gente te frotaba los ojos en medio del humo.

Recordemos que el Aris juega solamente con un extranjero porque, debido a las deudas que arrastra, tiene prohibido fichar a otro. Por culpa de los eternos problemas económicos, está jugando en primera con niños que cobran poco y dos o tres veteranos nacionales. Chicos con poco cuerpo y nula experiencia en semejantes lides contra un conjunto repleto de americanos y extranjeros de otros países. Un equipo de hombres contra uno de chavales.

Los locales se escaparon en el marcador de más de 20 puntos y la gente no dejaba de saltar. Se desató la euforia y el público se veía en la final cuando sólo se llevaban jugados 15 minutos. El marcador reflejaba un 50-30 al descanso esclarecedor. Por primera vez en mucho tiempo, la gente estaba satisfecha. Creía ser yo el único que veía claramente que el combate no había terminado. Parecía ser yo el único que veía que el Panionios era mejor equipo que nosotros a pesar de la ventaja. Pero tenía que callar.

El Aris salió especulativo el tercer cuarto, intentando alargar las posesiones lo máximo posible. Consumió varias veces los 24 segundos y empezó a apedrear el aro. Mcollum, el pequeño base del Panionios, tomó el mando de las operaciones. Pasito a pasito el equipo visitante iba descontando. Aparecieron los nervios y los errores infantiles. El miedo a ganar.

Como el colchón de puntos era considerable, se llegó al último cuarto todavía con una distancia de confort suficiente (70-56). O eso creíamos todos.

El conjunto visitante no estaba muerto. El equipo fuerte empezó a comerse a los esqueléticos hombres de Angelou y mejorar los porcentajes de tiro. A Mourtos y a Bochoridis les costaba pasar de medio campo con la bola controlada. Los Panteras seguían recortando y la sensación de impotencia crecía.

Mcollum veía el aro como una piscina y el Aris era incapaz de encontrar situaciones cómodas en ataque. Cada vez que nos comíamos una posesión o perdíamos un balón, se producía un estallido de cabreo en la grada y gritos contra los propios jugadores. A pesar de protestar alguna decisión arbitral, el público era consciente de que el equipo, literalmente, no podía. A los chavales el partido les estaba pasando por encima como una apisonadora. El único que aguantaba el tipo, para variar, era Michalis Pelekanos, veterano de la Guerra de Corea.

De la euforia habíamos pasado al hastío, de la felicidad absoluta al cabreo, del sueño a la pesadilla, de la gloria al infierno. El respetable la tomó con los más jóvenes. Desde las gradas le pedían a Angelou que los cambiase. Parecía ser yo el único, otra vez, que veía en el partido una lección maravillosa para los niños.

Bochoridis perdió otro balón e hizo falta antideportiva, pero no dudó en volverlo a coger para el siguiente ataque. Mourtos, al que en la primera parte le habían partido el labio, se precipitó varias veces inexplicablemente ante la desesperación de la afición, pero no dejaba de intentarlo. Algunos triples sobre el límite de la posesión dieron aire, pero el Panionios se puso a 4 puntos (78-74). Casi 35 minutos después de aquel +27 del segundo cuarto (40-13), el partido se había convertido en un auténtico thriller. Oía a los aficionados criticar a Angelou, despotricar contra los jugadores y comentar que “todos los días igual”. Un servidor se estuvo mordiendo la lengua toda la segunda parte, porque seguía pensando que lo importante no era tanto llegar a la final -derrota segura- sino aprender.

Hubo un par de ocasiones en las que estuve a punto de soltar un grito al padre que tenía delante:

- ¡Dejad que se equivoquen, dejad que se equivoquen!

Pero no lo hice.

Fue entonces cuando Bochoridis ganó la posición en el poste bajo y jugó de espaldas contra Mcollum. Le llegó la bola tras una buena lectura de la defensa rival, arrancó hacia el centro y forzó la penetración alargando su interminable zurda. Debería haberle dado una colleja al que llevaba insultándole toda la segunda parte. Una canasta para callar la boca de alguno y que se celebró como si fuera la última.

Vezenkob (o Vezenfof), la joven figura búlgara, hizo un gran partido ofensivo y sacó muchas faltas en la segunda parte. Falló algún tiro libre, pero metió más de la mitad. Su trabajo fue fundamental.

Poco después, el delgado Mourtos encaró a su par y se fue hacia barraca, anotando un cesto decisivo, sin importarle el labio roto ni los errores anteriores. Su única canasta fue para mí la más importante.

El sufrimiento había valido la pena (88-79). Creí tocar el cielo. Tíos de menos de 20 años liándosela a machos de cerca de 30. Muchachos que lo único que necesitan son minutos y paciencia. Y si las cosas se tuercen, hay que apoyar, no silbar. El miedo es contagioso y se traslada de la grada al parqué. No son herméticos.

La clasificación para la final se celebró por todo lo alto y los jugadores se saltaron el protocolo para invadir el graderío. Muchos de los espectadores son o han sido compañeros de pupitre de los chicos, que se comportaron como lo que son, jovenzuelos. Para ellos, lo más importante era la victoria, para mí, el aprendizaje.


El Aris clasificado para la final de la Copa, pero con muchos problemas para entrar en los play off. Altos y bajos constantes, pero lógicos en un equipo joven. Este año lo más importante no son las victorias o las derrotas, sino que los jugadores se impregnen de lo que es el baloncesto profesional, que acumulen minutos, que pierdan, que se peleen y que aprendan a levantarse tras una caída. La afición prefiere lo de este año a lo de los anteriores, porque se juega con gente de la casa y no se gasta en mercenarios que abandonan el proyecto antes de acabar. Veremos qué nos depara el futuro.   

sábado, 20 de abril de 2013

Operación Antetokounmpo.



La Operación Antetokounmpo consistía simple y llanamente en ir a ver jugar a Giannis Antetokounmpo antes de que se marche de Grecia.

Un comentario de un compañero del www.theflagrants.com me puso en alerta: en el intermedio de un partido del CAI habían puesto un vídeo de Giannis Antetokounmpo, con quien el club había firmado un contrato de cuatro años. Cuando vi el vídeo me quedé alucinado. 

Empecé a recopilar información para saber quién era y dónde jugaba. ¿Cabría la posibilidad de verlo antes de su marcha?


Lo primero fue localizar al Filathlitikós en el mapa: equipo ateniense de la A1. Me vine un poco abajo cuando comprobé que no había ni un puñetero equipo de Salónica en la categoría: todos estaban en el grupo norte de la B. Si realmente quería verlo, tendría que desplazarme.

Una vez localizadas las ciudades o pueblos que conocía, debía tener en cuenta que quedaban muy pocas jornadas, así que las opciones se verían reducidas. Pero hubo suerte.

Sabía del pueblo de Langadá por un alumno que me recomendó ir allí a tomar las aguas un día que estaba dolorido de la espalda. Allí acuden los fines de semana muchos estresados de la gran ciudad. Cuando leí el nombre de los equipos fue el primero que me vino a la cabeza, porque tanto Serres como Volos sabía que quedaban a más de 200 kilómetros. 

Afortunadamente, el calendario me guiñaba el ojo: jornada 26, Langadá-Filathlitikós. La decisión estaba tomada.


Sin embargo, el director de mi academia hizo que me echara un poco para atrás: antaño había jugado allí. Cuando le comenté que iba a coger el coche para ir a ver a Antetokoumpo, me dijo que no lo hiciera. Fue tan tajante que me dejó seco. Luego lo suavizó diciendo que “si ya estuviera salvado el Langadá, a lo mejor…”, pero… “cuando yo jugué, hubo gente que acabó en la comisaría” y me hacía el gesto de ir esposado. Así que aunque la posibilidad de asistir al partido seguía rondando mi cabeza, me frenaban las palabras de mi jefe. Llevo varios años en Grecia pero tengo la sana costumbre de seguir siempre las recomendaciones de los nativos. No descubro nada si digo que los aficionados griegos en las pistas se comportan como animales.

A partir de entonces me convertí en un fiel seguidor del Langadá, claro. Aunque se encontraba en zona de peligro, tenía seis o siete equipos detrás. El Filathlitikós, por otro lado, encabezaba la clasificación y cabía la posibilidad de que llegase a Langadá ya como campeón, cosa que tampoco me convenía, no fuera a ser que dejasen a Antetokounmpo en Atenas. 

Se dieron los resultados deseados y, pese a que matemáticamente ninguno de los dos equipos había logrado todavía sus objetivos, muy mal se tendrían que dar las cosas para que el Langadá bajase y el Filathlitikós no subiera.


El empujón definitivo llegó cuando me empezaron a llegar informaciones vía Twitter sobre el salto que había dado el jugador en las previsiones del Draft. Seguía las crónicas y veía que sus números estaban asombrando a los ojeadores. Incluso Danny Ainge vino desde Boston para verle jugar a Volos, una ciudad que está a más de 300 kilómetros de la capital. Evidentemente, si Ainge hizo el esfuerzo de venir a verle desde Boston, yo no podía ser menos, teniéndolo a menos de media hora. Además, los hermanos Antetokounmpo fueron invitados al All Star de Patras con los jugadores de la A1, destacando ambos por su desparpajo y calidad. Fue su presentación en sociedad, aunque muchos ya los conocíamos.

La secuencia de los hechos y mis elucubraciones puede seguirse aquí.

Como ninguno de los objetivos de los equipos se habían cumplido matemáticamente, tenía miedo de quedarme sin entradas. Imaginaba un pabellón de aforo reducido al que iba a jugar nada menos que el líder de la competición. Debía ser precavido y salir con tiempo a pesar de la cercanía. Nunca había estado en Langadá y por éso estuve mirando el mapa un buen rato para estudiar la ruta a seguir: cogería la circunvalación a Kavala y me desviaría donde fuese necesario. A priori era imposible perderse, pero tratándose de mí y de Grecia, cualquier precaución es poca.


El partido era a las cinco de la tarde, hora taurina de sol y moscas. Hacía un calor de narices cuando salimos de casa poco después de comer. Llegar al pueblo fue más sencillo de lo que yo esperaba e hizo que, a pesar del sofocante calor, me relajara un poco. Sin embargo, una cosa era llegar al pueblo y otra encontrar el pabellón. Las señales que seguimos nos indicaban el camino … del spa. La carretera terminaba allí, así que tuvimos que dar marcha atrás. Preguntamos en un bar del pueblo y nos indicaron el camino. Intuí que el autobús que teníamos a unos 300 metros de nosotros era el del Filathlitikós y así fue. Sólo tuve que seguirlo para acabar aparcando en la puerta misma del pabellón.

El primero en bajar fue nuestro protagonista, que aceptó sonriente hacerse una foto conmigo. Luego el resto de la comitiva entró en el pabellón, que estaba prácticamente vacío. Al entrar me sentí como un forastero en Wichita. Nos miraban a mí y a mi mujer como si fuéramos bichos raros. Debían pensar que veníamos con el autobús rival y por eso no nos hacían mucho caso en el bar.

Nos tomamos un frappé y esperamos pacientemente a que abriese la taquilla. El joven que atendía me preguntó si era del Filathlitikós, pero como le dije que no era de ninguno de los dos equipos, me dejó entrar gratis. Decir que eres español a veces funciona.

Nos dirigimos hacia el centro del campo para coger el mejor sitio ya que éramos los primeros, pero el taquillero se acercó y nos aconsejó ponernos debajo de la canasta, en uno de los fondos, para alejarse de la zona caliente. Sin duda, me había tomado por un inocente turista. También me preguntó si venía desde Zaragoza, porque al parecer estaba esperando a alguien de allí. 


Al cabo de un rato apareció por la puerta el entrenador del Panionios acompañado por Danny Ferry, ojeador de los Atlanta Hawks. A ellos les llevaron los cafés hasta el centro del campo.     

El scouting.

Pese a alternar con el equipo junior, Giannis estaba perfectamente adaptado a la categoría. No fue su mejor partido, pero hizo dos o tres jugadas que hicieron las delicias de Ferry.

Cruzaba la pista en pocas zancadas y no le hacía ascos a subir la bola. Ligero, ágil y muy coordinado, Giannis es tan polivalente que puede jugar en casi todas las posiciones. No anduvo fino desde el exterior, pero posee una buena mecánica de tiro. Es muy versátil y a pesar de su falta de kilos, puede emparejarse con hombres más poderosos. Tuvo problemas en defensa porque le tocó pelear contra el mejor jugador local, que además era veterano y se las sabía todas. Sus tobillos y sus piernas son excesivamente delgados. Su tronco inferior no es tan poderoso como el superior y por éso sufre en el cuerpo a cuerpo de espaldas. Debe ganar musculatura.

Tiene muy buena visión de juego y lee bien las situaciones. Suple su falta de kilos colocándose bien en los rebotes y saltando mucho. Ligero como una pluma y tierno como un cordero lechal, tiene unos brazos larguísimos y una anchura de hombros espectacular. Sus grandes manos le permiten manejar el balón con suficiencia. 


Giannis Antetokounmpo tiene técnica, calidad y buena preparación física, pero en mi opinión es demasiado pronto para ir a la NBA. Pasar de jugar en Langadá, Serres o Creta al Boston Garden en menos de un año sería saltarse etapas. No me refiero sólo a la diferencia evidente entre la A2 griega y la NBA, sinó también entre la vida familiar/amateur y la profesional americana. 

Soy de la opinión que la opción CAI Zaragoza es perfecta para él: un club histórico en alza que cuida la cantera y  da oportunidades a los jóvenes. Entidad seria, afición fiel y preparadores profesionales, al margen de ser una ciudad más pequeña que Atenas y menos loca.

Es un diamante que el CAI debe cuidar y mimar. Mostrar interés viniéndolo a ver regularmente es el primer paso. El segundo debería ser llevarlo a Zaragoza de visita y enseñarle las instalaciones y la ciudad. A los griegos les encanta que les hagan sentirse como en casa.

Es raro que el CAI se haya adelantado al Panathinaikos y al Olympiacos, teniéndolo al lado. Un gol por toda la escuadra del equipo maño. Thanassis, dos años mayor que Giannis, está en la órbita del Panathinaikós, aunque es un jugador más hecho. 

Giannis Antetokounmpo es todavía un proyecto, por eso creo que lo ideal para él sería ir a España antes que a Estados Unidos. Seguiremos su historia. 

sábado, 26 de marzo de 2011

En tierra extraña.



Pues como un amigo de la infancia me dijo que se quería venir a Salónica, estuve mirando fechas. Como éstas eran variables, el único que requisito que me pidió era poder ver un partido del Aris de baloncesto durante su estancia. 

Me puse a mirar el calendario y, tras comprobar que jugaba el Panathinaikós en 9 de marzo, le propongo esa fecha. Queda hecha la reserva del vuelo. Desgraciadamente, la situación del club es bastante mala. Debido a las constantes derrotas y a los problemas con el entrenador, la gente ha dejado de asistir al Alexandrio. Pero ver a Diamantidis y compañía siempre apetece.

No contábamos con los posibles cambios de calendario. Nuestro gozo en un pozo. Pocas semanas antes del partido y después de comprobarlo en diferentes webs, vemos que ha cambiado de fecha. El partido será la semana siguiente. Como mal menor podríamos ir al fútbol e incluso al básket si es que no juega muy lejos de la ciudad. Estamos gafados: tanto en fútbol como en baloncesto el partido es fuera de casa y bastante lejos. 

Por suerte, estamos en la segunda ciudad de Grecia y hay otros equipos. Miro el calendario y me doy cuenta de que juega el Olimpiakós contra el PAOK aquí. La cosa está clara. Sólo me preocupa que pueda haber problemas de violencia o de falta de entradas. Cada vez que juega el Olimpiakós en Salónica hay pelea. Y no es plan de que te lancen bombas de humo a pesar de que tiene su aquel…

Como sé que el jefe de mi academia es muy fanático del Olimpiakós e incluso ha estado en alguna Final Four, le pregunto si sabe dónde está el campo. Evidentemente, nunca hasta ahora había pisado territorio enemigo. También le pregunto si va a haber entradas. Sorprendentemente, me dice que me las puede conseguir. Su padrino de boda conoce a Ivkovic, el entrenador de Olimpiakós. Cuando viene a la ciudad, el hombre se pasa por el hotel de concentración como quien no quiere la cosa y le saca siempre unas cuantas invitaciones. Dicho y hecho. 

El día del partido pasamos a buscar las invitaciones VIP por la academia y vamos al campo. Sigo las indicaciones al pie de la letra y llego al pabellón casi una hora antes del partido. Hay muy poco ambiente. El PAOK Sports Arena está en las afueras de la ciudad y, aunque el acceso es fácil, no es lo mismo que el Alexandrio, al que mucha gente va a pie por encontrarse en el mismo huevo de Salónica. Localizamos puerta de entrada para los VIP y para allá que nos vamos. Un tipejo que se debe creer que andamos perdidos, nos indica que por aquella puerta sólo entran los VIP. Sacamos nuestras entradas y pasamos “con la élite”. Vamos directos al bar, aunque antes nos hacemos alguna foto con los murales que hay en el túnel de entrada. Ahí están Korfas, Fasoulas, Stojakovic, Prelevic, Rentzias, etc… 


El bar es grande y está lleno de policías y abuelos. Supongo yo que serían directivos o enchufados que consiguen las entradas gratis. Están mirando el fútbol en la tele, porque juega el PAOK a la misma hora. ¿A quién se le ocurre ponerlos a la misma hora y en la misma ciudad?

El pabellón es grande y, al estar vacío, parece todavía más. Hay policías sentados y alguna pancarta. Cogemos nuestro frappé y tomamos asiento cerca de los policías. Al ser invitaciones del Olimpiakós, nuestros asientos están cerca de la policía. Por suerte, hay muy poco ambiente y no hay nadie que apoye al rival.


Empieza el partido y seguimos estando en familia. Es una pena. Cazo una conversación al respecto en la que el señor que tengo detrás comenta que las entradas del fútbol cuestan 10 euros y las del básket 15. Y encima los han puesto a la misma hora. 

Desde luego, no se nota “el calor humano”. En el Alexandrio es otra cosa. Lo bueno que tiene es que estamos bastante cerca y prácticamente podemos oír lo que dicen. Es un entrenamiento con público. El partido acabará 49-77 si no recuerdo mal.

Nosotros nos ponemos a seguir las evoluciones de Milos Teodosic. Papaloukás y Bouroussis se quedaron en Atenas por lesión o precaución ante los futuros partidos de Euroliga. Spanoulis y Teodosic marcan la diferencia junto con Nielsen. El Olimpiakós juega al paso y el PAOK hace lo que puede. No conozco a nadie del PAOK. Uno de los que juegan -Dedas- había jugado en el Cáceres de la Leb. Sólo Marshall, que lleva más de una temporada, es algo conocido. 


Teodosic es un jugador especial. Verlo hacer la rueda pasando absolutamente de todo es francamente divertido. Se acerca al banquillo y se come una chocolatina mientras los otros siguen sudando. Luego coge una toalla y empieza a secarse el sudor de la cabeza rascándose como si tuviese todos los piojos de la tierra.

Debe ser que le gusta ir despeinado. 



En los tiempos muertos no hace otra cosa que mirar a la grada. A Ivkovic lo debe tener muy visto. Comenta alguna cosa con algún compañero aunque dudo que tenga que ver con el partido. La pachanga termina sin incidencias reseñables. Papanikolau, ex del Aris, fue objeto de las iras del poco público que había en el pabellón y los escasos treinta vándalos que animaban en el fondo tiraron algunos objetos antes de que se marchasen a los vestuarios los jugadores. Por el PAOK lo único a resaltar es que jugó un chaval de 15 años. No tocó bola. Creo que conté ocho o nueve jugadores seniors en el equipo de casa. No hay dinero para más.


Desde luego, con la cantidad de grandes jugadores y entrenadores que han pasado por allí… Sin ir más lejos, Ivkovic hizo campeón al PAOK en la temporada 91-92. Es la única liga que tienen en color porque la otra es del año 59. Y además de él, muchas más figuras del baloncesto europeo como Zvi Sherf, Petar Skansi, Sakota, Politis, etc… 

Pero ya hablaremos más veces del enemigo en otros posts.  

Esto fue lo que dio de sí mi primera incursión al PAOK Sports Arena. Me hubiera gustado ver un partido peleado pero no se puede tener todo. Por lo menos, vimos al subcampeón de Europa en acción.

jueves, 13 de mayo de 2010

Una tarde en el Alexandrio

B-A-L-O-N-C-E-S-T-O.



La señora Ortega tiene cumpleaños. Tarde calurosa de sábado. Mucho sol y ganas de dar un paseo. Y mucha hambre de ver deporte en vivo, no en televisión. Como empieza la liga, la ocasión la pintan calva.

Leo en el Stoixima que el partido es a las cinco de la tarde. Es una hora extraña para el baloncesto, pero es que por la noche juega la selección de fútbol. De todas maneras, con el paso de las semanas observo que los partidos suelen ser bastante pronto. Periklís me informa de que el partido no es a las cinco, sino a las seis. Está mejor informado que nadie porque siempre lleva el pinganillo en la oreja escuchando algún programa deportivo. Pero como prefiero asegurar, salgo de casa prontito. Camiseta, camisa, chaquetilla, cámara y bufanda nueva del Aris, negra y amarilla. En unos veinte minutejos me planto en el pabellón, que es el del Aris de toda la vida. Creía que jugaban en un campo nuevo, pero me equivoco. A decir verdad, prefiero que sea así porque me traerá recuerdos de viejas batallas nada más entrar.

El partido, como dijo Periklís, es a las seis de la tarde. Hay gente por los alrededores. Al ser el primer partido de la temporada, la afición no falla. Nunca falla. Siempre anima aunque el equipo esté hundido. Al bar casi no se puede acceder, pero como soy novato prefiero buscar primero la taquilla y luego ya veremos. Quiero entrar lo antes posible.

El pabellón está dentro del recinto ferial, aunque al hallarse cerca de una de las salidas del mismo, se puede acceder directamente desde la calle. Desde el exterior no parece muy grande y llama la atención su forma circular. Es un períptero perfecto.

Hay varias taquillas donde la gente hace cola. Como es temprano, no tardo ni dos minutos en conseguir mi localidad. La mujer me pregunta no sé qué y yo le saco un billete de diez euros, que es lo que vale la más barata. Se suben unas rampas para acceder a las distintas puertas. Como durante la feria ya había estado dentro, me muevo sin dificultad y me manejo con cierta soltura. Al llegar arriba, hay tres policías haciendo un control. Un control curioso, porque no registran nada. Se limitan a preguntarte si llevas mechero. La de mecheros que han debido caer al parquet a lo largo de la historia, me digo. Me pregunto si querrán fumar, porque casi todos los griegos fuman. Como era de esperar, choco nada mas entrar con un grupo de aficionados que está fumando con total impunidad. La gente compra bebida o va a los aseos.




El pabellón no es muy grande si lo comparas con algunos de los que hay en Atenas, pero huele a baloncesto por los cuatro costados. Hay pancartas y algún grupo de aficionados comentando la jugada. Tomo asiento tranquilamente y me desnudo. El calor aprieta y eso que todavía está casi vacío. Hay cinco jugadores por equipo haciendo sesión de tiro y el reloj marca una hora para el inicio. Al estar solo, no me atrevo a ir al bar dejando las cosas en el asiento. Además, tengo un buen sitio, en el centro del campo, que no quiero perder. A observar.

Me pongo a pensar en la de veces que habrán tenido que reponer la silla en la que me siento. A lo mejor la que había antes la tiraron a la cabeza de Andrés Jiménez o al pie de Nacho Solozábal. Entonces veo el banquillo, que es aquel en el que los suplentes se tapaban las cabezas con toallas para evitar salivazos. También recuerdo las protestas de Ioanidis, que ahora dirige un ministerio y lo peludo que era Nikos Galis. Siempre quedarán en la memoria de todos los pies de Fasoulas y su melena gitana. Ahora viste siempre con corbata porque es el alcalde del Pireo. La mascota movía el aro en los tiros libres y los equipos que osaban ganar, huían en estampida hacia el túnel de vestuarios. Muchas emociones para la gente de mi generación.



Poco a poco, va entrando la gente. En el flanco izquierdo, desde la esquina de abajo, hay un grupo de aficionados de pie. Uno de los fondos no tiene grada. Allí veo algunas canastas donde algún chaval está tirando pedradas. Enfrente tengo el palco y los aficionados con corbata. Y a la derecha está la orquesta de música y el coro. Los fieles. Los que tienen fiebre amarilla. La orquesta sólo precisa de un bombo, un director y una coro de desalmados.

Veo pancartas de la Peña Súper 3 por todos lados. No tengo claro si el bull dog que figura en ellas es la mascota del club, de la sección o del grupo de caras amarillas. Supongo que será la de la peña porque al cabo de un rato aparecerá una especie de tigre por el parquet. Es una mascota casi más fea que las de la ACB, que ya es decir. Indigna del equipo al que representa.




Bull dogs y tigres a parte, soy testigo de un enfrentamiento a sangre y fuego entre dos aficionados. Resulta que un buen hombre, de unos cuarenta y pico, descolgó una pancarta para que una niña pequeña pueda ver el campo. Como un resorte, un fanático llegó corriendo desde la otra punta del campo para recriminarle su acción. Juntan las narices y se gritan, hasta que llega un comañero y pone paz. Hay tregua y el ultra coloca la dichosa pancarta.

Va entrando la gente sin prisa pero sin pausa. Casi sin darme cuenta, observo que mis asientos de al lado y los de delante, se han ocupado. La gente aparece y busca sitio. Se hace difícil encontrar hueco para un grupo de cinco personas. A mi diestra se sienta un buen hombre, entrado en años, con su hijo, de unos veinte o quizás mas.

Un aficionado que está casi a pie de pista parece insultar a un rival de los que está lanzando a canasta. Pero en realidad, está llamando al jugador para saludarle. Al parecer, jugó en el Aris la temporada anterior. Se saludan con dos besos y charlan amistosamente. Luego, tras un agotador calentamiento, los jugadores se retiran a los vestuarios para recibir las últimas instrucciones. El que dirige el calentamiento repartió unas cuerdas para realizar estiramientos. Menudo paripé.




Cuando quedan unos veinticinco minutos para que empiece la sesión, saltan a la cancha los dos equipos. Euforia y abucheos. Tengo el forofo en el cogote. No ha empezado el asunto y ya está poniendo a parir a un tal Papamakarios. Algunos de los insultos los entiendo. Adivino caras de sorpresa e incluso de indignación entre algunos aficionados que se giran. Es de esos animales que sólo te crees que puede haber en el fútbol. Desgraciadamente ya es tarde para cambiarme de sitio.

Corren azules y amarillos a los dos lados de la cancha. Aquello parece la previa de un Lestonnac-ADT.

Son presentados los equipos. Dos rivales son ovacionados porque habían vestido la camiseta amarilla anteriormente. Entre los locales, conozco a un tal Papanikolaou, porque jugó con la selección nacional juvenil durante el verano y daban los partidos por la tele. Para su desgracia, sólo jugará cinco segundos en todo el partido.

Los cantos habían empezado ya hacía un buen rato. El fondo de los radicales está abarrotado. Todos están de pie esperando las indicaciones del director. Se queda uno impresionado. Encima veo que la zona de preferente también está llena de gente. Las últimas filas, las que tocan a la pared, las ocupan aficionados puestos en pie. Un Aris-Paok debe ser la leche, imagino.

El jefe o director de la tropa es un joven con cola. Se pasará el partido de espaldas al campo y con los pies sobre una baranda, montado a caballo. Al poco rato, se quita la camiseta, como muchos otros, y a gozar. Justo a su lado se encuentra el único músico. Marca el ritmo frenéticamente con un bombo que apoya contra la barandilla. Es calvete. En el segundo cuarto será sustituido y en el tercero volverá a la carga. En un arranque salvaje de furia, perderá uno de los palos que irá a parar al parquet. Sin embargo, no dejará de perder el ritmo porque le facilitarán un tercer palo que tienen por si las moscas.

Uno alucina con la cantidad y variedad de cantos, que intuyo antiguos porque absolutamente todo el mundo se los sabe. Y tienen mucha letra. Son repetitivas, pero enganchan. Las coreografías son sencillas pero espectaculares. Nada como una masa de gente gritando al unísono y señalando con el dedo. Enlazarán una canción con otra hasta el final del partido. Sólo se para durante cinco minutos en el descanso, para reponer fuerzas. Uno piensa en el Camp Nou, por ejemplo, en el que los gritos a favor del Barcelona apenas duran dos minutos, y sólo después de que Messi haya marcado un gol. Es otro mundo.



El campo se llenó y la temperatura volvió a subir. Si me quito más ropa, se me ven los calzoncillos blancos. El de atrás sigue a lo suyo. Los gritos no cesan.

El director manda levantar los brazos agitándolos ligeramente. Hasta que no levante los brazos todo el mundo, no empezará la tonadilla. La gente te pone a silbar y a increpar a todo aquel que no alce sus brazos. El de la cola espolea a los suyos para que sigan silbando. Gira su cabeza, pero si ve a alguien sentado, insiste. Cuando casi han pasado cuatro o cinco minutos, empieza el canto gesticulando con las manos hacia adelante como si rezase un musulmán. Luego vuelven a mover los brazos y a aplaudir cada vez más rápido. Cuando la rapidez es inalcanzable porque uno ya no puede más, el del bombo se arranca con otro ritmo que la afición coreará con fervor. Uno presta más atención a la grada que al partido. El caballero de mi asiento de al lado acaba por levantarse también, ante la sorpresa de su hijo, en edad universitaria ya.

Cuando los quintetos están sobre la cancha, siempre se canta lo mismo y se tiran papeles. El espectáculo está en la grada. Empezará el partido con retraso porque tienen que retirar los papeles. Es una larga tradición.

El canto en cuestión habla de las final fours a las que llegó el Aris en los ochenta y de una Copa Korac. Mis amigos griegos me dicen que con Ioanidis era imposible ganar alguna final a cuatro. En los momentos claves, dodotis. Más o menos lo que le pasaba al Barcelona con Aito. La tonadilla en cuestión reza tal que así:


Άρη θυμίσου πριν λίγα χρόνια
Μέσα στα ευροπαίκα σαλόνια
Μόναχο, Γάνδη και Ισπανία,
Οι οπαδοί σου γράψαν ιστορία.

Και στο Τορίνο, ξάνα μαζί σου,
Όλοι χιλιάδες οπαδοί σου,
Μαστουρωμένοι να τραγουδάμε
Και οι τουρκαλάδες να παραμιλάνε.

Άρη ολέο, Άρη ολέο,
Άρη ολέ ολέ ολέ ολέ ολέο…

Tanto Panellinios como Aris son equipos que suelen acabar en la zona alta de la clasificación. El partido promete igualdad, aunque jugando en casa, los amarillos tienen ventaja. Para mi desgracia, el Aris no juega la Liga Europea este año, así que supongo que habrá tenido que reducir el presupuesto y esas cosas. Oí decir que la liga griega era la segunda mejor de Europa, tras la española. La verdad es que el nivel de la mayoría de los equipos es muy bajo y se ven palizas de escándalo cada jornada. Debe haber unos dieciséis clubs, de los cuales sólo pueden ganar dos. Los años dorados en los que el Aris dominaba pasaron a mejor vida. La rivalidad Paok-Aris llega a extremos exagerados, pero la rivalidad Salónica-Atenas va más allá de lo puramente deportivo. Es el norte contra el sur, la capital contra la segunda ciudad del país, las infraestructuras y el dinero contra la rabia. Atenas se moderniza pero Salónica no. Así de sencillo. O así es como piensan los algunos de los “acomplejados” tesalonicenses.

Los clubes de Atenas ponen mucho dinero en ésto. Y en el fútbol también. Panathinaikós y Olympiacós son los intocables. El título es inalcanzable. Luego viene un grupo de equipos que no están mal, entre los que figuran Panellinios y Aris, como son el AEK, el Paok o el Panionios. Los demás son equipos de ciudades pequeñas, islas o barrios de Atenas. Les pegan unas palizas de aúpa. Se dan resultados del tipo Tríkala-Panathinaikós 65-90 cada fin de semana. Y me pongo a recordar otra vez. En época de infantiles se daban estos resultados cuando jugábamos contra el Casal Montblanqui o el Marcelí Domingo. Por eso creo que no debe estar muy bien el baloncesto europeo si ésta es la segunda mejor liga de Europa. ¡Cómo estarán las ligas italiana y francesa!

El partido transcurre igualado aunque con ligeras ventajas para los de casa. Apenas juegan jugadores griegos, por lo que veo, aunque les conozco poco. Los mejores están en Atenas o en otras ligas. Ahora hay un griego bastante bueno en la NBA. El primer cuarto acaba con altos guarismos, cosa rara en el baloncesto griego. A partir del segundo cuarto, todo cambiará. Mi vecino se acuerda de la madre de Papamakarios otra vez. Cuando hay alguna decisión arbitral en contra del Aris, los gritos se oyen en Toumba.

De un primer cuarto vistoso hemos pasado a la guerra de guerrillas, a las protestas arbitrales, a los fallos debajo del aro y a los turnovers. Mucho desorden. De vez en cuando algún triple o alguna transición rápida que hace que uno deje de mirar al coro, pero poco mas reseñable.

Veo que el de la cola parte el grupo en dos mitades haciendo el gesto con la mano, mientras están cantando otra. Y empalman con la siguiente dividiendo el fondo sur. Unos gritan y los otros contestan. Es algo brutal porque se señalan con los dedos los unos contra los otros como si estuvieran cabreados. A ver quién berrea más.

Είστε αρρώστια μου μεγάλη
Πουθενά δεν έχει άλλη
Θα τρελαθώ, αν δεν σε δω, θα τρελαθώ.

Σ’αγαπώ και θα στο λέω
Άρη ολέ, ολέο λέω
Δυνατά, πιο δυνατά, πιο δυνατά.

Cuando el tono ha subido en exceso, el director manda otro estribillo que todos entonan dando palmas perfectamente acompasadas. Cuando se canta, la parte de la tribuna y de preferente se añaden al grupo y los decibelios se multiplican. Lo del director es admirable porque esta pendiente de la dirección del coro dando las entradas, de hacer señales al solista para que cambie de ritmo, y del partido, porque según vaya, manda una cosa u otra. Lee las situaciones del partido mejor que John Stockton y elige el canto que más conviene en cada momento.

Llegó la media parte. La gente se levanta y llama por el móvil. Algunos de unos a otros. Mucha charla y mucho tabaco. Abarrotado. Ponen un poco de música mientras los artistas beben agua. Me marco como objetivo regresar al campo cuando venga uno de los grandes, aunque es prácticamente imposible conseguir entrada. Aprovecho para ver las fotos que hice con la cámara y para prepararla para la segunda parte, porque se me ha ocurrido grabar algún vídeo.

Comienza el tercer cuarto con ventajas para el Aris que rondan los diez puntos. El tanteo es muy bajo y se producen muchos errores. Veo jugadores nerviosos por el debut, leñadores y lanzadores de piedras. Se van agotando las posesiones sin que nadie tire. El nivel es pobre. Una canasta se celebra como si fuera la última, y un dos más uno provoca que la gente salte de su asiento.

La afición no para. El Panellinios remonta en el último cuarto y se llega a poner a tres, gracias a un par de triples seguidos. Es entonces cuando se nota quien juega en casa. Se protesta todo, el banquillo va a la mesa, el público enloquece y los contrarios empiezan a perder los papeles.

Άρη σ’αγαπώ, θέλω να ακούστει
Άρη σ’αγαπώ σε όλη τη γη.

Μέσα στα ονείρα μου έχω εσένα
Πόσο μου ομορφαίνεις ρε Άρη τη ζωή.

Πρωί, μεσημέρι, βράδυ, θα’μαστε μαζί
Μέχρι να πάμε όλοι στην κοτάση.

El pabellón canta un auténtico hit durante el tiempo muerto a pleno pulmón. Las amígdalas se irritan. Una y otra vez, una y otra vez… El hit en cuestión es una canción antigua del grupo Offspring adaptada.

Θέε μου για σένα τον τρελογιατρό
Τον επισκέπτομαι συχνά.
Δεν έχω σπίτι, δεν έχω δουλειά,
Δεν έχω γκόμενα, δεν έχω λεφτά.

Άρη ολέο ολέο ολέο ολέ,
Άρη και δεν είμαι καλά,
Άρη ολέο ολέο ολέο ολέ,
Άρης και ζιμιά στα μυαλά.

Ταξιδεύω για σένα σε όλη τη γη,
Όπου και να πας θα’μαι εκεί.
Μόνο για σένα λέω ολέο ολέ,
Δεν θα σε αφήσω ποτέ.

Luego el fondo empieza a gritar encarándose hacia nosotros. Se establece un diálogo a base de gritos cada vez más fuertes. Cuando todo hace pensar que el de la cola dirá basta, para nada. El volumen y el tono son cada vez más altos. El partido se reanudó tras el tiempo muerto, pero la gente está tan metida en su papel, tan dentro de la canción, que no se da cuenta de que el Panellinios vuelve a apretar. Se le ponen a uno los pelos de punta.

Llegados los últimos minutos, el público casi se tira sobre los árbitros y sobre el rival. Los ataques de los azules se producen en medio de un ruido estremecedor, y es que el de la cola mandó silbar. Luego les hizo quitarse las camisetas y enseñar el escudo de las mismas. Un gran ambiente, si señor. El partido termina con victoria ajustada, aunque reconozco que para mí eso ha sido los de menos. Cualquier amante del baloncesto tiene que haber estado en una partido del Aris antes de palmar. Porque si no has vivido algo así, no eres de los míos. Sale uno hinchado.

Me voy vistiendo a medida que voy bajando la rampa de acceso. También hace calor fuera, pero no quiero llevar cosas colgando. Contento y orgulloso encaro la calle camino de casa.

Y estando parado en un semáforo, todavía pensando en el espectáculo que había visto, veo que una moto se abre excesivamente para tomar la curva. De paquete va un calvo joven -sin casco, por supuesto- que, sin darme tiempo a reaccionar, escupe sobre mi bufanda nueva. ¡Puej! Una chica que iba detrás de mí ha quedado flipada. La moto sigue unos cuantos metros y, cuando esta tan lejos que no podría yo llegar, se gira el capullo riéndose. Yo, que no había dejado de mirar la moto, con rostro serio y el orgullo herido, levanto mi brazo derecho y le obsequio con una hermosa peineta. Por un momento llegué a pensar en la posibilidad de que el tipo volviese porque la hubiera tomado conmigo. Y como los del Paok son tan animales… La cosa no va a mayores. Me quito la bufanda con cautela y la doblo de tal manera que el esputo quede escondido. Aligero la marcha para llegar a casa pronto y meterla en agua con jabón. Hay lapos que dejan huella… Froto la tela y la extiendo para que se seque.

Al día siguiente, afortunadamente, no queda rastro del gargallo, sipi, moco, salivazo, babilla o como queráis llamarle.

Άρη θέε μου, μοναδικέ μου,
Είσαι η ζωή μου, ανάπνοη μου
Όπου και αν παίζεις.

Σ’ακολουθάμε και τραγουδάμε, και τραγουδάμε.
Σ’αγαπώ, σ’αγαπώ, Αριανάρα σ’αγαπώ,
Σ’αγαπώ, σάγαπώ και παντού σ’ακολουθώ.

Άρη εμείς, σ’όλα τα πέταλα της γης
Σ’ακολουθήσαμε όσο κάνεις
Για σένα ζω, για σένα μόνο τραγουδώ
Άρη θέε πόσο σε αγαπώ.