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jueves, 6 de noviembre de 2014

El comienzo de una nueva era: la temporada 1988-1989 (II)


Mike Jones dejó huella en Grecia.


Al PAOK llegó Mike Jones, al que le apodaron el Cervatillo. Por su manera de jugar y su carácter extrovertido, se ganó a la afición bicéfala, que todavía hoy le recuerda. Le dediqué un post que podéis leer aquí. Un fenómeno, Mike, tanto fuera como dentro de la cancha.

Quinteto con Scurry, Angelou, Middleton, Kambouris y Maniatis.

Al Olympiacós llegaron Carey Scurry y Larry Middleton, dos auténticos jugones, aunque nos centraremos en Scurry porque fue el americano de la liga. Carey era un pájaro de cuidado. Algunos quizás lo recuerden de su paso por el Granollers. 

Su historia es de lo más triste, aunque debemos quedarnos con lo bueno, que en Grecia fue mucho. Scurry era un alero de 2,01 atlético y muy rápido que había jugado tres temporadas en Utah Jazz y cuatro partidos con los Knicks. Jugar en New York fue para él como cumplir un sueño, ya que había nacido en Brooklyn. Nunca fue titular en los Jazz, al que había llegado junto a Karl Malone. Su mejor año fue el último, en el que jugó 29 partidos y anotó una media de 4,8 puntos. Sin embargo, Carey empezó a hacer de las suyas y el sueño americano terminó. En agosto de 1987 fue detenido por conducir bajo los efectos del alcohol.

Scurry jugó en los Utah Jazz con Stockton, Tripucka, Iavaroni y compañía.

El presidente Giorgos Koskotás confirmó el fichaje durante el verano. Costó 37 millones y medio de dracmas (250.000 dólares), un pastón de la época, aunque teniendo en cuenta que llegaba directamente de la NBA y sólo tenía 26 años, no tanto.

Se incorporó al equipo durante la preparación en los Países Bajos y causó una grata impresión. Su debut en partido oficial no pudo ir mejor, puesto que anotó 19 puntos contra el AEK y ayudó a ganar al equipo por 76-71. Era sorprendente su manera de atacar, jugando por encima del aro, pero también su forma de defender, apretando a los bases y emparejándose con hombres más altos sin problemas. Era un portento físico que poseía una habilidad prodigiosa con el balón. Podía salir corriendo él solo y llegar al otro aro en escasos segundos.


Aunque el Olympiacós no era de los equipos punteros y la temporada estuvo plagada de problemas (acabó octavo en la liga), Scurry brilló con luz propia. Junto a Larry Middleton, otro alero velocísimo que no se cansaba de anotar, condujo a los del Pireo a la fase de grupos de la Copa Korac ( superó al Gornik Walbrzych polaco y al Dinamo de Tiblisi primero). En la misma, sólo consiguió una victoria contra el Joventut de Badalona por cinco derrotas. Tampoco en la Copa de Grecia las cosas fueron como se esperaba, puesto que el Olympiacós cayó eliminado en octavos frente el Panionios en casa (71-75).

En todos los partidos daba muestras de su calidad a pesar de que empezó a frecuentar la noche ateniense desde bien pronto. El presidente y el entrenador preferían mirar hacia otro lado, porque la gente lo adoraba. En el partido contra el Panathinaikós (victoria rojiblanca por 86-70), machacó 8 veces el aro contrario, mientras que en un choque jugado en Bolos contra el Iraklís, destrozó un tablero. Además de darle una patada al coach Steve Giatzoglou en pleno partido, cuentan que se le vio un día persiguiéndolo en un entreno con un cuchillo en la mano al grito de “I love you, I love you”.


Sus problemas con el alcohol y las drogas eran archiconocidos, pero aguantó toda la temporada y cobró hasta el último céntimo. Se marchó a la CBA y de ahí a Granollers, Argentina, Bélgica y un largo etcétera. En los 19 partidos que jugó en Grecia, anotó 400 puntos justos (21,1 de media) y cogió 9,8 rebotes. Tras dejar el baloncesto quiso hacerse entrenador, pero seguía tomando drogas y estaba enganchado al alcohol. En 2012 fue detenido por robar porque necesitaba dinero para su dosis, y entró en la cárcel.

Dany Vranes jugó en nuestros añorados Seattle Supersonics con el 23.

La historia de Dany Vranes es de película. Nació en Salt Lake City en 1958 y estudió en su ciudad natal. Fue elegido en el número 5 del Draft de 1981 por los Seattle Supersonics, donde jugó hasta 1986. Su mejor temporada fue la 83/84, en la que acabó con 8,4 puntos y 4,9 rebotes. A continuación jugó dos años en Philadelphia. Era uno de los ídolos de su ciudad e incluso llegó a grabar un anuncio de jabón.

En 1988 fichó por el renovado AEK del nuevo presidente Makis Psomiadis, en lo que sería su primera experiencia fuera de Estados Unidos. ¡Y menuda experiencia! Para jugar la Recopa, su pareja americana fue Clint Richardson, un escolta que había ganado un anillo con Philadelphia.

Vranes fue uno de los mejores americanos de la liga, sino el mejor. Pívot alto, blanco, ágil, delgado, con capacidad reboteadora y anotador. Un buen tipo, familiar, nada problemático y profesional. Prototipo de mormón. 

El AEK se había hecho con los servicios de Kresimir Cosic (con un sueldo de 30 millones de dracmas era el entrenador mejor pagado de Europa) y contaba con dos de los mejores jugadores griegos del país: Minas Gekos y Kostas Patavoukas. Además, aquel verano firmó a la promesa Nasos Galakterós por 170 millones y a Vasilis Lanés, que se lo birló al Olympiacós de las manos. El AEK no tenía mal equipo, pero había un problema en el palco. A Vranes le sedujo la idea de jugar a las órdenes de Cosic -que también acabaría peleado con el presidente- y de conocer otra cultura y otro baloncesto.


Vranes firmó por 500.000 dólares (y 1,6 millones por tres años si todo iba bien). ¡Cuál debió ser su sorpresa cuando los primeros pagos iban dentro de cajas de plátanos! ¡Bananas en la parte de arriba y fajos de billetes en el fondo, cuando lo acordado era que ingresarían sus nóminas en un banco suizo! A los dos meses, se acabaron los pagos o no llegaba todo lo acordado. Y no sólo eso. Todas las promesas quedaron en agua de borrajas. Ni colegio americano para los niños –bueno, sí, pero los echaron porque nadie pagaba-, seguros varios, casa con vistas al Mediterráneo, coche prometido –un Mercedes-… nada. Debería haberlo sospechado cuando le ofrecieron el oro y el moro o haberse informado mejor, aunque por entonces el baloncesto griego estaba en pleno apogeo y había dinero. Sin embargo, al americano llegaron a deberle 140.000 dólares. Se negó a entregar y a jugar hasta que no se le pagase lo adeudado. También Richardson se unió a la queja. 

Vranes viajó a Zagreb para un partido de Recopa de la fase de grupos, pero al llegar encontró su casa revuelta. Además, le habían birlado el coche y había mensajes amenazantes en el contestador del teléfono. “Si intentas marcharte, te matamos”. El pívot cambió las cerraduras y mandó a Estados Unidos a su familia. Suerte tuvo de llevar el pasaporte encima, aunque lo peor vino después. 

Estuvieron siguiéndole y le vieron reunirse con un amigo que tenía en el país. Al cabo de unos días, recibió una llamada del mismo: “Me tienen retenido en un almacén y amenazan con hacerme daño a mí y a mi mujer embarazada si no juegas el partido contra el Panathinaikós.” Así las gastaba Psomiadis. A Vranes no le quedó otra cosa que jugar, “temiendo incluso por mi vida”, como reconoció a Seattle Times años después.

Puso en conocimiento de la Embajada la situación porque no se fiaba de la policía (los tentáculos del presidente llegaban a todas partes) y pidió que le buscasen un vuelo para largarse de inmediato. Preparó las maletas antes de ir al campo. “Vi a a mi amigo en el pabellón rodeado por miembros de seguridad privada del presidente. Uno se acercó y me dijo que jugase bien o le harían daño. Anoté la canasta del triunfo y ganamos. No dejé que nadie me tocase durante la celebración.” Al día siguiente, cogió el avión y desapareció. Reclamó infructuosamente durante años lo que se le adeudaba. “Este tipo gobierna el país”, decía. Luego jugó en Italia. Él y su manager desaconsejaron a todos los que les preguntaron que fuesen a jugar a Grecia. 

Lo increíble es que después de aquello, Psomiadis siguió con cargos de responsabilidad, no sólo en el AEK, sino en otros clubs. También tuvo sus más y sus menos con jugadores de fútbol –que se lo pregunten a Demis Nikolaidis-.

Makis Psomiadis –suegro de Ioannis Bourousis- es todo un personaje. Ya le dediqué un post porque a mi llegada a Grecia me llamó la atención. Actualmente está en la cárcel, porque desde entonces continuó haciendo trapicheos de los suyos.

Psomiadis y Sabonis.

Una anécdota de aquella temporada fue la del partido contra el Zalgiris y su oferta por Arbydas Sabonis, aprovechando que los verdes fueron a jugar a Grecia en la Recopa. Psomiadis compró el partido, aunque a la postre no sirvió de nada porque el AEK perdió contra la Cibona. “Sabonis era un mal actor”, afirmó Vranes, que aquella noche le metió al Zar 38 puntos (¡!). “El presidente compró el partido para ganarse a la gente y para que los aficionados se animasen a venir más al pabellón.”

Las aventuras de Dany Vranes explicadas en Triponto.

Luego se supo todo por un reportaje en la revista Triponto. La prensa afín al presidente no tardó en difundir falsos rumores sobre la vida privada de Vranes mientras los compañeros se mantenían al margen. En cuanto dejó de entrenar, el club dejó de pagar las facturas de luz y se la cortaban de vez en cuando.

Richardson abandonó el AEK antes de terminar la temporada para jugar en Seattle y renunció a la pasta que le debían, pero Vranes no. El pívot decidió quedarse para intentar cobrar y se convirtió en uno de los mejores jugadores de la liga. Estuvo muchos años reclamando los impagos, pero fue en balde. 

Denunció también que Psomiadis tenía comprados a varios árbitros, puesto que jugaban contra el potente Panathinaikós y castigaban en exceso a los verdes, que entonces no gozaban del poder que tendrían años después. 


Otra anécdota es la de la fiesta que el presidente organizó en su honor, para hacerle recapacitar. Lo mandó llamar y le dio una bolsa con 2000 dólares, pero para Vranes no era suficiente porque le debía mucho más. Acabó cobrando en total 20.000 de los 500.000 dólares prometidos. Dany, todo un número 5 del Draft, terminó harto del país y soltando pestes allí donde iba.

A pesar de la pesadilla que vivió en Atenas, el americano hizo una gran temporada. El AEK llegó hasta la semifinal en la Copa de Grecia y quedó eliminado en la fase de grupos de la Recopa. En la liga acabó en una discreta sexta plaza.

Luego se supo que el dinero de Psomiadis provenía del contrabando y acabó siendo perseguido por la justicia. Sólo duró un año en la presidencia del club. En marzo sufrió un intento de asesinato, aunque hay quien dice que se autolesionó. En el hospital se enteró de que iban a detenerlo y desapareció de la faz de la tierra durante un tiempo. En Italia Vranes siguió jugando a muy buen nivel e hizo pareja con Darryl Middleton.

Estos americanos fueron las caras nuevas más destacadas de aquella inolvidable temporada en la que el Aris volvió a hacer el doblete.  Los amarillos decidieron no arriesgar y mantuvieron al pívot canadiense Greg Wiltjer, que jugó su segunda temporada en Salónica. Quizás un americano fuerte dentro de la zona hubiera ido bien para afrontar con más garantías la Copa de Europa. En la Final Four la carencias en la pintura fueron evidentes.

El Iraklís inscribió a David Ancrum, un escolta zurdo sensacional que se había ganado el puesto la temporada anterior en sus escasas apariciones en la Copa Korac. Logró la quinta plaza y se clasificó para la Korac. Jugó 24 partidos en los que anotó un total de 766 puntos (31,9 de media) y 5,7 rebotes. 


Mark Petway, que había sido la pareja de Delaney Rudd en Europa con el PAOK la temporada anterior, fichó por el Apolón Patras, con el que quedó séptimo.

El morbo de aquellas historias ayudó a crear el mito de aquella primera liga con extranjeros.  A los griegos les encantaban todos aquellos maravillosos jugadores. A veces daba la impresión de que cuanto más golfo era el deportista, más querido. Salvo Vranes, que directamente los trata de locos, el resto de jugadores siempre destaca, todavía hoy, la pasión con la que vivían los aficionados los partidos. 

Kresimir Cosic.

No podemos olvidar, antes de echar el cierre, que aquella temporada en los banquillos se sentaron entrenadores de la personalidad de Ioannis Ioannidis (Aris), Kresimir Cosic (AEK) –que se fue antes de terminar la temporada y fue sustituido por Nikos Nesiadis-, Steve Giatzoglou (Olympiacós), Mihalis Kyritsis (PAO), Johny Newman (PAOK)–sustituido por Kostas Politis hacia el final de la temporada- o Vlado Djurovic (Panionios). Es decir, un año de auténticos sargentos. No me extraña que algunos acabasen hasta las narices de los indisciplinados.

El verano siguiente, al margen del affaire Psomiadis –en paradero desconocido-, fue Giorgos Koskotás, el presidente del Olympiacós, el que se vio envuelto en un escándalo de gran magnitud. En el mismo estaba involucrado el partido del Gobierno (PASOK) y algún banco. Koskotás se fugó en avión a Italia de la noche a la mañana, pero fue cazado por las autoridades y metido entre rejas.

Koskotás en el hotel rejas y en portada.

Nota: nunca me cansaré de recomendar la sección Χρόνια και Ζαμάνια de la web Sentragoal.gr. El periodista Giorgos Kouvaris ha recuperado algunas de estas historias e incluso ha logrado hablar con los protagonistas (con Scurry no porque estaba en la cárcel, aunque sí lo hizo con su hermano). Una fuente de inspiración constante para los que adoren el baloncesto retro, con fotos y vídeos muy recomendables. Sobre Edgar Jones, escribió esto, sobre Landsbrger esto y sobre Scurry esto. En la misma página, Stela Papadopoulos nos recordó la historia de Mike Jones aquí, y en Gazzetta.gr Nikos Papadogiannis la de Dany Vranes.

El espacio de Javier Ortiz en la página de la ACB también es maravilloso. Como la mayoría de nuestros protagonistas también pasaron por la ACB, Ortiz les dedica unas líneas. Escribió esta entrada sobre Carey Scurry, esta otra sobre Mark Landsberger y esta sobre Edgar Jones.

El comienzo de una nueva era: la temporada 1988-1989 (I).



Mike Jones y Edgar Jones.


La liga griega evolucionó enormemente en la década de los 80. La aparición de Nikos Galis en el 79 marcó un antes y un después, pero también la presencia de Panagiotis Giannakis, Panagiotis Fasoulas, Fanis Christodoulou, Minas Gekos, Leuteris Kakiousis, Liberis Andritsos, Nikos Filipou y demás. Junto a los griego-americanos y griego-canadienses (David Stergakos, Kirk Vidas, George Papadakos, John Korfas, Tom Kappos, Albert Mallax…), que ayudaron a subir el nivel del campeonato, llegaron los primeros extranjeros. Aunque sólo podían jugar en Europa, muchos se ganaron el cariño del público (Bane Prelevic, Delaney Rudd, David Ancrum...).

Los últimos tres años de la década supusieron un salto hacia arriba extraordinario. Las tardes europeas de los jueves y los derbies de Salónica eran vistos por todo el país, pero fue el Eurobasket de Atenas el que provocó la eclosión definitiva del deporte de la canasta en Grecia. Nunca un torneo supuso tanto. Al margen de la victoria pura y dura, pasando por encima de soviéticos, franceses o yugoslavos, aquello marcó el inicio del boom. Televisiones, prensa, patrocinadores, aficionados y empresarios se volcaron con el baloncesto. Aunque en Atenas se seguían también los calientes clásicos de Salónica y los partidos del Aris en la Copa de Europa, fue la selección la que unió definitivamente a las hinchadas de todos los equipos. Un equipo formado en su mayoría por jugadores del norte que unificó el país, dirigido desde el banquillo por Kostas Politis, del Panathinaikós de toda la vida. Aquel era el equipo de todos.

Greg Wiltjer y Dany Vranes.

El Aris de Galis y Giannakis se clasificó para la primera Final Four en la temporada siguiente, confirmando la buena salud del deporte en Grecia. El baloncesto daba audiencia, salía rentable, era vistoso. Pero el negocio se podía explotar más y mejor.

Fuera de las fronteras, el nivel de los equipos bajaba notablemente. Sólo el Aris cumplía, llegando a las tres primeras Final Four de manera consecutiva. 

Cuatro equipos jugaban la Copa Korac y uno la Recopa. Las plazas solían repartírselas el PAOK, el AEK, el Panathinaikós, el Olympiacós, el Panionios y el Iraklís (más adelante entraría el Peristeri entre los elegidos). Hasta la temporada que nos ocupa, la no presencia de extranjeros en las competiciones domésticas perjudicó en lugar de beneficiar. La mayoría de americanos que llegaba para jugar en Grecia, no jugaba en equipo. Los partidos ligueros se planteaban de manera totalmente diferente a los europeos. Los extranjeros solían hacer muy buenos números con malos porcentajes y no se mezclaban demasiado con el grupo. Su mentalidad era totalmente distinta, porque sólo buscaban ganarse el derecho a volver a la NBA. Jugaban un partido cada quince días -todos los minutos, eso sí- y en cuanto el equipo quedaba eliminado, volvían a su tierra. Los equipos jugaban dos baloncestos distintos, uno entre semana y otro en fin de semana. Uno más rápido y menos defensivo, y otro extremadamente táctico, muy de pizarra y defensas zonales. Había equipos que dependían en exceso del rendimiento de sus extranjeros.

David Ancrum.

Antes de 1988 llegaron a Grecia americanos míticos que lograron hacerse un hueco en el corazón de los aficionados, sobretodo por su espectacularidad (Howard McNeil, David Ancrum, George Wenzell, Alvin Roberts, Bill Varner, Dean Tolson, David Thompson…) pero duraban muy poco porque a veces la trayectoria de los equipos en la Korac se reducía a dos, cuatro, seis u ocho partidos.

Si se quería ser más competitivo en Europa y mejorar el espectáculo, la liga debía permitir la llegada de extranjeros. No olvidemos que desde mediados de los 80 la gente en Grecia empieza a seguir la NBA. ¿Por qué no tentar a jugadores o ex jugadores de la mejor liga del mundo? Negar tal posibilidad era absurdo porque el interés seguía en aumento. 

Remontémonos pues a la temporada 1988-1989: la liga griega da un paso adelante fundamental y permite la incorporación de un extranjero por equipo.

El Aris había logrado el doblete en la temporada 87-88 y había llegado a la primera Final Four. Eran tiempos del llamado Imperio, porque los amarillos de Ioannidis lo ganaban casi todo en Grecia.

El AEK de Atenas perdió la final de la Copa 87-88 por 84-71  contra los tesalonicenses, pero selló su clasificación para la Recopa de Europa de la temporada siguiente.

Los representantes en la Copa Korac serían el PAOK, el Panathinaikós, el Panionios y el Olympiacós.

Vasilis Lanés y Kresimir Cosic.

La posibilidad de traer un extranjero hacía mucho más atractivo todo. Los clubes cruzaron el charco en busca de americanos que pudieran marcar las diferencias. Papel importante aquel verano tuvieron los presidentes de los clubs, quienes estaban dispuestos a gastar dinero y que tenían el poder absoluto de los mismos. Además, la mayoría de los entrenadores conocía el mercado americano por haber vivido allí o haber pasado por algún campus de verano (Newman, Cosic, Giatzoglou, Kyritsis…) Evidentemente, el hecho de que los magnates lo dominaran todo, acabó corrompiéndolos. Nikos Bezirtzís (PAOK), Akis Michailidis (Aris) y Kostas Chaitoglou (Iraklís) eran los padrinos del norte, mientras que en el sur eran Giorgos Koskotás (Olympiacós), Abrahan Movsesián (Panionios), Pablos Giannakópoulos (Panathinaikós) y el recién llegado Makis Psomiadis (AEK) los que movían los hilos. De los citados, más de la mitad acabaron teniendo problemas con la justicia –alguno acabó en la trena- o estuvieron mezclados en asuntos turbios de diversa índole. Como veremos más abajo, hacían y deshacían a su antojo, llegando a actuar en ocasiones como verdaderos mafiosos. A su lado, Ioannidis era una hermanita de la caridad.

Newman y su presidente Nikos Beritzís de celebración.

Sin duda, el verano del 88 fue entretenidísimo en Grecia. 

Al Panathinaikós llegó Edgar Jones, matador del concurso de la NBA de 1984. Fue el primer gran fichaje de la familia Giannakópoulos, que gestionaba las secciones del club verde desde 1987. Pasarían todavía unos años hasta que tomasen las riendas definitivas del club.

Aunque llegó al PAO con 32 años y con las rodillas castigadas, Jones jugó dos grandes temporadas en Atenas. Edgar había jugado en cuatro equipos de la NBA nada menos (New Jersey, Detroit, San Antonio y Cleveland), anotando más de 9 puntos y 4,8 rebotes en 363 partidos. La temporada 87/88 el Helicóptero promedió más de 30 puntos y 9,5 rebotes en el Nyon suizo (en su último partido allí metió 52 tantos). Aterrizó en Grecia el mismo día que Dany Vranes y por las mismas fechas el PAOK anunció el fichaje de Mike Jones. Sorprendentemente, Edgar Jones se adaptó de inmediato, participando ya en algunos amistosos en Turquía. 

Su debut oficial se produjo en el Tafos tou Indoú el 15 de octubre contra el Patras (victoria 114-93 con 23 puntos y 10 rebotes del americano). Mark Petway, la estrella visitante, se fue hasta los 31.

Edgar Jones era un pívot de 2,08 acostumbrado a jugar dentro de la zona. Sin embargo, en Grecia tendió a alejarse del aro cada vez más, convirtiéndose en un triplista nada despreciable. Que las defensas fuesen tan cerradas y, según confiesa él mismo, “que los árbitros griegos no pitasen faltas en la zona”, lo echaron de la pintura.



En la temporada que nos ocupa, el americano anotó 24,1 puntos de media, 11,9 rebotes y 2,1 tapones. Se convirtió en el ídolo de la afición verde a pesar de no conseguir títulos. A parte de sus mates, todos recuerdan su peculiar manera de lanzar los tiros libres, siempre desde una esquina de la línea. Al parecer, tuvo una racha malísima de tiros libres y decidió cambiar el estilo (acabó con un 80%). 

El segundo año hizo mejores números: 27,5 puntos en 28 partidos, 14,5 rebotes y 2 tapones, a pesar de que el nuevo entrenador, Christos Iordanidis, era reacio a que Edgar jugase por fuera. Sin embargo, no corrían buenos tiempos en la entidad y el equipo bajó a la quinta plaza. En la Korac, el PAO quedó eliminado en la segunda fase por el Pallacanestro Varese el primer año, mientras que el segundo fue todavía peor, cayendo a las primeras de cambio contra el Hapoel Holon.

Jones en el Tafos tou Idoú contra el Olympiacós.

Jugó algunos partidos con el Peñas Huesca tras su paso por el Panathinaikós. El Aris lo repescó en la temporada 91/92, ya con 35 años, para sustituir a Walter Berry. Consiguió ganar la Copa de Grecia con los amarillos. Llegó al Imperio demasiado tarde.


Al Panionios llegó Mark Landsberger, jugador de 2,03 que tanto podía jugar de ala-pívot como de cinco pese a su poca estatura. El rubio llegaba con el aureola de haber jugado tres años con los Chicago Bulls, otros tres con los Lakers del show time (1980-1983) y uno con los Atlanta Hawks. Sin duda, compartir cancha con Artis Gillmore, Magic Johnson o Kareem Abdul-Jabbar le marcó muchísimo. 437 partidos con un promedio de 5,6 puntos y 6,1 rebotes por partido fueron el balance de su paso por la NBA, amén de dos títulos, que no está nada mal. Para quien no lo sepa, es uno de los laguneros -el rubio- que intenta parar a Julius Erving en su famosísima canasta a una mano y a aro pasado

Entre 1984 y 1988 dejó la NBA y jugó con el Fulgor Libertas Forli de Italia.

Hacia el final de aquel trepidante verano, las gestiones del presidente Abraham Movsesián dieron sus frutos y se acordó el fichaje. Aunque Landsberger no era tan espectacular como otros y llegó veterano (33 años cumplidos), sus dos anillos de la NBA lo avalaban. Físicamente no estaba en el mejor momento de su carrera, pero conocía el juego como nadie y tenía una capacidad increíble para capturar rebotes. No en vano, mantiene el récord de rebotes en un partido de liga con 31, cogidos contra el Olympiacós el 28 de enero del 89. La temporada siguiente llegó a capturar 34 vistiendo la camiseta del Montecatini Terme en un encuentro contra el Sassari, que también es el récord de aquel país. El pívot dice que para coger un rebote no es tan importante la capacidad de salto como la intuición, la colocación y la posición del cuerpo.

Vlado Djurovic dando instrucciones al pívot.

Landsberger se comportó como un auténtico profesional y todavía hoy habla muy bien de Grecia y de aquella época. Quizás porque como reconoce: “me pagaron bien y al día. Nunca hubo problemas en eso. El único equipo que me escatimó dinero fue el Collado Villalba de España” (allí jugó la temporada 91/92). 

El americano acabó cogiendo 18 rebotes por partido en su única temporada en Grecia. El Panionios logró una meritoria tercera plaza en la liga y en la Copa cayó en cuartos de final contra el AEK. En la Copa Korac, los de Nea Smirni quedaron eliminados en la primera ronda por el Smelt Olimpija, a pesar de ganar en casa por 88-73. En Ljubljana se impusieron los eslovenos por 97-78. En 19 partidos con el Panionios, Mark Landsberger, a parte de los 18 rebotes citados, anotó una media de 18,7 puntos. A pesar de ser un hombre interior, metió 29 triples de 68 intentos.

Portada de la revista Triponto de marzo del 89.